Capitulo 12

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Samantha esperaba impaciente en la sala de espera. Alexa seguía tomando su mano mientras que su madre hablaba con una de las recepcionistas. Alexa de igual manera que la mayor, miraba con impaciencia a su madre. Existió un momento en el que la mujer desapareció entre los pasillos para contestar su lujoso móvil y, aunque Alexa intentó evadir el tema, Samantha sabía perfectamente lo que había sucedido. Y se sentía tan jodidamente avergonzada con la señora Noriega, quien siempre estaba ahí para ella cuando más lo necesitaba, y la prueba estaba en ese momento. Alexa y la señora Noriega nunca se lo confirmaban, pero ella sabía por Verónica y Gabriela que sus padres llamaban a los padres de Alexa para pelear.

¿La razón? Era simple: Samantha, Verónica y Gabriela veían a los padres de Alexa como sus verdaderos padres, especialmente Samantha. Durante un año, a los siete años de Samantha, los padres de Alexa pensaron y hablaron con sus contactos, buscando toda la información posible sobre qué podrían hacer por Samantha. Eso hasta que la abuela Rivera se presentó en su casa, rogando que no alejaran a la pequeña de ella. Samantha no supo nada de eso hasta que cumplió trece años. Los padres de Alexa y los de Samantha peleaban todo el tiempo y esa fue una de las razones por las que las chicas fueron enviadas a la Universidad en el momento en el que pudieron.

Decidió ignorar todo ese tema por un segundo, pues luego no podría poner su mejor cara para su abuela en caso de que la dejasen verla. Inconscientemente, apretó la mano de Alexa, haciendo que la menor voltease a verla. Alexa simplemente le dio una cálida sonrisa y habló de otro tema, sabiendo lo que su amiga necesitaba.

-Todo estará bien, Sam. Eres buena y sabrás qué decir. -le aseguró. Samantha por primera vez se sentía confiada de sí misma.

-¿Hablaste con Rocio?

-Bueno, eso no es una opción para mí, Sam. Simplemente tengo que hacerlo. Es como una obligación. Rocio me mataría si no le hubiese contado que vendría a Monterrey.

-Samy, ya puedes pasar, cariño. -dijo la madre de Alexa, apareciendo. Samantha suspiró y asintió. Se levantó de su asiento y continuó hasta la habitación donde se encontraba la mujer que la había criado.

Era un corto pasillo, y el hospital era realmente tétrico. No era uno de los mejores de Monterrey y eso lo sabía, se lamentaba de no poder darle más a su abuela. Abrió la blanca puerta, confirmando lo tétrico que se veía todo ahí dentro: el cuarto estaba pintado de color blanco, un blanco enfermizo. Apenas había una mesita de madera algo vieja para colocar alguna que otra cosa y un sillón para los que pasaban sus noches ahí, haciendo compañía.

Su abuela estaba quieta, sentada en una delgada camilla con una sábana color azul claro. Con toda su fuerza evitó llorar, pues no necesitaba eso en esos momentos. Respiró hondo y continuó su camino, cuando finalmente llegó a la camilla, le sonrió a la mujer con dulzura. La mujer sonrió abiertamente al verla y Samantha prácticamente corrió a sus brazos.

-Hola, mi estrellita, ¿qué haces aquí? -le dio la bienvenida mientras acariciaba el cabello de la menor.

-Vine a verte. -contestó alejándose de los brazos de la mujer.

-Ah, seguro tus hermanas las chismosas corrieron a llamarte. -dijo ligeramente molesta. Samantha rio con lágrimas en los ojos.

No importaba cómo se estuviese sintiendo su abuela, siempre le iba dar lo mejor de sí a su nieta. Samantha la amaba como nadie y se sentía triste de no poderle dar una buena cara ella también. Se limpió las lágrimas y continuó.

-Claro que me lo contaron -confirmó-, ¿acaso no te gusta que esté aquí a tu lado?

-¿Cómo te atreves a preguntar eso, Samantha Rivera? ¡Por supuesto que me encanta tenerte conmigo! ¿No ha quedado eso claro? -preguntó. Samantha asintió.

Scars || RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora