Capítulo 28: Inestable

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Habían pasado algunas semanas desde la confesión de Caleb acerca de su pasado y aún me costaba un poco creerlo.

Caleb había estado en un reformatorio por homicidio...

Admito que al inicio fue completamente impactante, pero poco a poco logré digerir la información, ya que Caleb y yo habíamos pasado mucho tiempo juntos últimamente. Fui a sus ensayos, lo escuché cantar, estudiamos (y milagrosamente lo ayudé a aprobar todos los exámenes de este período de clases), en fin, fuimos una pareja común de adolescentes... Y eso me sirvió para recordar al chico que había conocido. Nada había cambiado en él.

De hecho, creo que él no enfrentó tan mal su pasado. A pesar de su incesante dolor y su amarga culpa, él continuó siendo un chico que intentaba contagiar a otros con su alegría, siempre buscando sacarte una sonrisa. No recurrió al alcohol o a las drogas. No cayó en un oscuro pozo sin fondo ni maltrató a otros como si el mundo fuera culpable de su tristeza.

Después de todo Caleb había sido fuerte porque sonreír en medio del caos es muy complicado, ya que la mayoría suele caer en la locura o en la perdición.

—Bélgica, ¿me estás escuchando? —llamó mi atención la voz de mi madre.

—¿Qué? —balbuceé.

—¿Acaso nunca me escuchas? —se quejó.

No.

—Lo siento. Estaba distraída —me disculpé.

—Para variar —dijo Landa a mi lado, mirando sus uñas, fingidamente inocente y provocando que la fulminara con la mirada.

—Pruébate tu vestido —me ordenó mi madre.

—¿No habíamos hecho ya unas... 100 pruebas para el vestido de Nochebuena? —emití, hastiada mientras la modista me ponía la dichosa ropa.

No entiendo por qué mi madre nos mandaba a hacer vestidos con diseñadores exclusivos. Yo sería demasiado feliz si pudiera ir con jeans y tenis a la fiesta de Nochebuena.

—Esos fueron para Navidad y Año Nuevo —aclaró ella.

—¿No podemos ir vestidas igual a las tres fiestas? —me quejé, mirándome en el espejo y pensando, una vez más, que esa no era yo.

—¡Por supuesto que no! —exclamó como si fuera algo totalmente inaceptable—. Mis hijas no pueden hacer eso.

—Ni que fuese un delito repetir ropa —refuté, torciendo los ojos.

—Es un atentado contra mi legado —zanjó—. Eres mi hija. Compórtate como tal —me regañó (para variar).

—Listo, doña Alaska —dijo la modista cuando concluyó su trabajo.

Realmente no entendía por qué debíamos hacer todo esto. Ni qué viviéramos en el siglo pasado. Tan fácil que es ir a la tienda y comprar cualquier vestido, pero no. Doña Alaska quiere que usemos vestidos únicos.

—¿Es impresión mía o engordaste? —habló mi madre, mirando mi cuerpo de arriba abajo, inquisidora.

—¿Tú crees? Yo me veo igual que siempre —respondí, desganada.

—Bel tiene el poder de comer sin engordar —intervino Venecia para relajar el ambiente.

—Pues esta vez le falló su poder... —sentenció mi madre—. No se nota demasiado, pero creo que debo trabajar en tu alimentación para el próximo año.

—Mamá, me gusta mi cuerpo tal y como está —aclaré con orgullo.

—Tal vez Austria podría entrenarte. Ella sigue un dieta estricta y hace mucho ejercicio —comentó, ignorando por completo lo que acababa de decir—. Por cierto, ¿dónde está Austria?

BÉLGICA [R1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora