Playa del Hoyo.

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Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
A. Machado.

Seis de Junio. Playa del Hoyo, Isla Cristina.

Hoy he hecho uso de todo el poder que he acumulado en mi vida para un único objetivo, de forma egoísta y solo pensando en mí. He tenido que manipular psicológicamente a mi marido y dar órdenes explícitas a Leire y a Gotzon, mis escoltas, para ese fin. He tenido que transigir en parte ante Gotzon, pero ha merecido la pena. Me han dejado salir sola del hotel a las siete de la mañana, he nadado en paralelo a la costa por orden de Gotzon, durante cuarenta minutos a buen ritmo. La mitad del tiempo en dirección este y después de vuelta. En la arena me esperaba Gotzon al lado de mis zapatillas de correr. He intentado manipularlo por última vez. No, tampoco así ha transigido. Me ha permitido correr sola, pero él me seguía desde una distancia de cincuenta metros en una bicicleta eléctrica especial para moverse por la playa, con unos neumáticos sobredimensionados para no hundirse en la arena. De Isla Cristina al final de La Antilla, a la flecha de El Rompido y vuelta hasta Isla Cristina. Después he vuelto sin dejar de correr hasta aquí, la playa del Hoyo. En realidad es todo una misma playa que va tomando nombres distintos a lo largo de los kilómetros. Pero hoy esta playa es la más hermosa del mundo. Hacía mucho tiempo que no me sentía a mí a solas haciendo deporte, fuera de un edificio. No tanto tiempo seguido al menos. Lo necesitaba y por eso he hecho todo lo posible para poder conseguirlo y la recompensa es inmensa. Me siento cansada físicamente y desde antes de terminar de correr, llena, completamente llena. Aitor se ha encargado hoy de preparar a los pequeños y de darles el desayuno con Leire. Después ellos han venido a esta playa a esperarme. Yo les he visto desde unos cien metros antes de llegar a donde han instalado las sombrillas y las toallas, un poco lejos del acceso a la playa desde el chiringuito, para que cuando llegue el momento de más afluencia, poder disfrutar de un poco de tranquilidad. Aún no es tarde, pero delante del chiringuito ya hay algo de gente. Donde están ellos no. Aitor me ha visto que llegaba de lejos y le ha dicho a Ion que me saludara. Ion ha empezado a correr hacia mí, gritando “Ama”. La felicidad que había sentido por volver a nadar y correr sola es un grano de arena, en la playa que significa oírle llamarme y venir con los brazos abiertos a mi encuentro.

Cuando llego a donde él, le levanto en brazos y le apuchurro con fuerza sin dejar de besarle. Ion ríe y me acaricia la espalda feliz. Le pregunto a ver que ha hecho hasta ahora y mientras me cuenta su despertar y el desayuno, voy con él en brazos hasta donde me espera Aitor. Maite está en el cuco chapurreando. Siempre que escucha a su hermano reír, ella empieza a hacer eso y de vez en cuando, suelta graciosas risotadas de una forma muy teatral. Es una bebé muy cómica y graciosa. Aitor me mira fijamente las piernas mientras yo beso a Maite en la frente y huelo su cabecita para asegurarme de que está bien.

Aitor-. Ese traje de triatlón deberías usarlo más a menudo, aunque no salgas a hacer deporte…

Yo-. ¿ Para ir a la oficina? No lo veo adecuado…

Aitor-. No, claro, para eso no, pero para estar en casa…  te hace el culo muy apetecible…

Yo-. Anoche sin el puesto, no vi que no te pareciera ya bastante apetecible mi culo.

Aitor-. Eso siempre me apetece, pero te queda genial…  ¿ Es nuevo?.

Yo-. No, tiene más de quince años. Pero en casa, en Barrika no me da por usar este.

Aitor-. Los vecinos se escandalizarían…

Yo-. ¿Te parece demasiado provocativo para una mamá?.

Es verdad que por el color blanco que tiene la licra, ciertamente es un poco atrevido, pero es por la confección que a veces me da apuro usarlo. Es un buzo corto, de verano que se adapta a la piel sin presionarla y que además de ser mínimo en piernas y de tirantes en las mangas, enseña mucho el escote. Fue una propuesta de un patrocinador que cuando yo competía como aficionada, mientras vivía en Barcelona, quiso que llevara su propaganda en algunas carreras. Acepté la primera de esas carreras y cuando vi a las otras tres chicas que corrimos aquel día con esta ropa, me negué a volver a  correr más, así vestida para ellos. No porque me diera vergüenza, porque además, nos lo pasamos genial ese día las cuatro chicas. Parecía más un desfile de las discotecas de Ibiza que un equipo de triatlón serio y la gente antes de empezar la  carrera nos vitoreaba y aclamaba como si fuéramos deportistas consagradas. Teníamos todas, las cuatro, entre veinte y veintidós años y nos sobraban ganas de pasarlo bien, así que interpretábamos nuestro papel exagerando, con mucha complicidad y buen rollo. Más de una de las otras corredoras debió pensar que todo iba a ser teatro y posturéo cuando dieron la salida y las cuatro esprintamos hasta el agua para empezar a nadar, que solo pretendíamos llamar la atención.

El viento susurrará tu nombre. Virginia Zugasti IV. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora