La realidad supera a la pesadilla.

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El domingo por la mañana me siento algo mejor al despertarme, pero igual solo es una sensación, porque sin meditarlo hago algo que después hace que me arrepienta. Tampoco se puede decir que haya dormido, porque únicamente me he quedado traspuesta una o dos horas, sin pegar vueltas en la cama con los ojos abiertos y mucha ansiedad. Mientras desayuno en la cocina mirando al mar, desde mi teléfono hago una transferencia de mil euros a la cuenta de Maika. Solo intenta ser una señal. Desafortunada y hasta de mal gusto, pero una señal de que sé lo que pasa, de que quiero volcarme en acompañarla en este tiempo y de que puede contar conmigo. Pasan las horas sin saber nada de ella y no soy capaz de coger el teléfono y llamarla o mandarle un mensaje. No, eso no hace que me sienta mejor. Finjo. Trato de aparentar estar bien ante Ion y Maite. Juego con ellos y les doy de comer. Ante Aitor no me quedan fuerzas para fingir. Cuando los niños están en la siesta yo me voy al dormitorio y me acuesto también, no para dormir, sino para llorar sin tener que esconder mi dolor. Aitor, mi salvador y mi ángel de la guarda me respeta y vela mi sufrimiento desde la sala. Le ha pedido a Paula que tenía que trabajar este fin de semana, que no venga por la casa. No tengo ni idea de como afrontar esta realidad. Al principio solo soy capaz de hacer cálculos una y otra vez del cariño y amor que siento por Maika. El resultado todas las veces es insoportable. Solo mi marido y mis hijos están en una escala distinta y del resto del mundo, mi círculo más íntimo y fuerte son desde hace años, Maika, Míriam, Ane y las chicas; Susana, Aitana y sus dos hijas, Ana y Nahia. Y Unai, mi amor Unai Aldaia.

No es la primera vez que la vida me hace pasar por el infierno de vivir una cosa parecida, pero creo que esta vez no podré soportar tanto dolor. No me siento tan fuerte como para que esto pueda ser real y afrontarlo. Debe de ser un sueño, una pesadilla que terminará cuando despierte. Y sin haber sido consciente de que me dormía, un ruido me despierta. Una risa alegre, un jolgorio en la sala. Voces eufóricas, carcajadas y ruido de diminutos pies corriendo y saltando de un sitio a otro. Me concentro en saber qué es lo que pasa. Reconozco las risotadas de Maite y la voz de Ion gritando y llamando a su tía Maika. Espero un segundo y escucho a Maika correr gritando y riendo mientras juega con él. Miro a mi alrededor queriendo, creyendo haber despertado de esa pesadilla. Pero no, todo está como no debería estar si hubiera sido así, una pesadilla. Estoy vestida en la cama y me duele la garganta de gritar y de llorar. Aitor está sentado en la cama y me acaricia el pelo. Él también está llorando ahora.

Aitor-. Ha venido Maika. Deberías salir a la sala. Dice que tiene que hablar contigo.

Yo-. ¿ Está jugando con Ion?.

Aitor-. Sí. Es extraño. Se la ve muy feliz. Está eufórica.

Paso por el baño para tratar de arreglarme antes de ir a donde ella, aunque creo que no lo consigo. Cuando entro en la sala, Maika está tirada en el suelo con Maite mientras Ion cabalga sobre su espalda como si fuera un caballo. Me mira y su sonrisa se transforma. Ahora no es una sonrisa de felicidad plena, más bien es condescendiente. Yo sonrío lo mejor que puedo hacerlo pero, soy consciente de que la mía, es una sonrisa muy amarga. Ella se deshace del peso de Ion y cogiendo en brazos a Maite, que vuelve a echar una gran risotada, se levanta y viene hacia mí.

Maika-. Has estado ocupada, ¿eh?.

Yo-. Siempre lo estoy. Tengo muchas responsabilidades.

Maika me besa en las mejillas y Aitor viene a salvarme una vez más y se lleva a los niños a la cocina.

Yo-. ¿Querías contarme algo?.

Maika-. Algo como…

Yo-. Ese viaje que me dijiste que pensabas hacer.

Maika-. Aún no he podido prepararlo bien, pero casi todo está listo ya. Necesito unas vacaciones.

Yo-. Vacaciones…  No es mal eufemismo.

Maika-. Sabes que no dejaré que pase lo que va a pasar, ¿Verdad?.

Yo-. ¿Sabes que no soportaré no estar a tu lado, no saber cómo estás?.

Maika-. No ha de ser así. Podemos hablar de vez en cuando.

Yo-. Quédate aquí. Te lo suplico.

Maika-. No. No me quedaré. Voy a vivir todo lo que he querido vivir en esta vida y no me he atrevido a hacerlo, en el tiempo que me queda de calidad, para poder disfrutarlo.

Yo-. Y, ¿ después?.

Maika-. Después no hay nada, pequeña Virginia.

Yo-. Te lo imploro. No puedes hacerme esto.

Maika-. Lo siento. Lo he meditado. Lo he valorado y no, no me verás en una silla de ruedas y con una sonda. No me veré así.

Maika se acerca a mí y me besa, esta vez en los labios. A la vez que acaricia mi rostro y seca con las yemas de sus dedos mis lágrimas. Su cara da luz, extrañamente se la ve más feliz que nunca y más bella también. Yo solo puedo aceptar su decisión y ofrecer mi apoyo para todo lo que ella necesite. Contrariamente a lo que yo pensaba, que era que ella iba a rechazar mi ofrecimiento, ella me dice que si va a necesitar algo, pero no me dice lo que es. Solo me dice que quiere disfrutar de su ahijada un poco más, que aún quedan un par de semanas antes de que se vaya y que acepta que durante lo que dure su viaje, yo la visite alguna vez. También que antes de que empiece ese viaje me dirá eso que necesita de mí. Vamos a la cocina y se funde con Maite de una forma preciosa el resto de la tarde. Yo sé que es una despedida, que a su manera Maika se está despidiendo de Maite. Antes de marchar nos abraza a todos de una forma más cariñosa de lo habitual. Aitor ha aguantado ese abrazo sin llorar, pero se ha marchado después con la escusa de ir a hacer algo. Yo la he acompañado hasta la puerta, donde Maika me ha dicho que en unos días me llamará.

El viento susurrará tu nombre. Virginia Zugasti IV. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora