Descansa, mi amor.

12 4 0
                                    

Gotzon y yo nos vamos al hotel. Al llegar hago un par de llamadas y reviso el correo personal. La autopsia de mi amiga Maika ha finalizado y si no hay ningún contratiempo, esta madrugada se hará cargo la funeraria. Mañana por la mañana procederán a la incineración de sus restos.

No ha sido buena la noche. Hacía viento que silbaba en las ventanas. Quiero pensar que no he descansado todo lo que me habría gustado por eso, pero soy consciente de que no es así. Se ha convertido en una rutina. Los momentos felices y los no tan felices al lado de Maika se proyectan en mi mente como lo harían en un cinemascope. Maika era preciosa, una chica muy joven y atractiva, alta, en forma… En mis recuerdos lo es aún más, pero lo que se amplifica en esos recuerdos cada vez más, es su carácter, su personalidad. Charlas en las que a ella algo le rondaba y no la dejaba relajarse y en las que yo apreciaba esos momentos y cambiaba radicalmente de tema. Poco después ella había procesado que era lo que la hacía dudar o temer y volvía a sacar ese tema, pero directamente esta vez, exponiendo lo que pensaba. Solo entonces podíamos de verdad tratar esos temas, hablarlos y comentar cada una nuestro punto de vista. Y eso era así, independientemente que habláramos de sexo, de dinero, de relaciones o de sentimientos. Maika siempre era en principio muy reservada conmigo, pero después se abría y lo compartía todo. Algunas veces tardaba más tiempo en hacerlo, días. Semanas. Pero siempre encontraba ese momento de confianza para hacerlo. Sus miedos también eran muchas veces el centro de esas historias. Maika era valiente, muy valiente, pero precavida y neuronal. Meditaba todo y siempre le costaba un tiempo tomar decisiones importantes, pero cuando las tomaba actuaba firme y decidida. Esta vez también lo ha hecho y esta vez no ha necesitado mi opinión o mi ayuda. Esta vez ella sabía que no podía contar conmigo para tomar su decisión, porque al final yo, habría tratado por todos los medios de apartarla de la decisión que ha tomado por puro egoísmo, por tenerla más tiempo a mi lado a cualquier precio. Ahora me siento muy orgullosa de ella, no de lo que ha hecho en sí, sino de haber meditado, de haber tomado esa decisión y de haberla llevado a cabo a su manera. Y todo eso de forma completamente íntima y autónoma. Ha podido cumplir muchos sueños este tiempo y lo ha hecho de la forma en que le hacía feliz hacerlo. Me ha apartado lo suficiente para ser libre de vivirlo plenamente sin hacerse daño a ella misma ni hacérmelo a mí en exceso, pero aquí estoy. Y estoy tumbada vestida en la cama de un hotel de Barcelona esperando a que sea una hora prudente para llamar a Gotzon e ir a hacer lo que me toca hacer. Son las ocho en punto. Suena mi teléfono.

Esta vez desayunamos en el hotel. También hay una plancha, en la que una chica joven de unos veinte años hace crepes dulces. Son caseras al menos, están bien, pero no tienen nada que ver con las de Jaume. Nada es lo que yo quisiera hoy, pero terminamos el desayuno y cogemos el coche. Vamos a Girona. En las afueras está el tanatorio donde tras rellenar la documentación me hacen entrega de una urna. Con ella en mis brazos nos movemos, también en coche, a Cadaqués otra vez. Conozco un recodo, una punta de mar. Una diminuta bahía, no muy lejos de la casa del pintor. Le pido a Gotzon tiempo. Necesito tiempo. Hablo con ella sin prisas. Le cuento todo lo que hubiera querido contarle. Todo lo que de verdad importa. Decía Fito que lo que de verdad importa va dentro de la piel, y me deshago de ella, me desnudo de mi piel para dejar salir todo lo que quiero confesar a mi amiga. Mucho de lo que le dije a la cara y otras cosas que no fui libre o valiente para decírselas o quizá nunca surgió la ocasión de expresar algunas cosas. Le explico la necesidad que yo sentía de tener una familia cuando la conocí de verdad, cuando nos hicimos amigas. Ella se convirtió en el primer miembro de la familia que he construido a mi lado. Ella y Susana fueron ese primer núcleo vital que ahora me soporta en pie. Le cuento lo locamente enamorada de ella que he estado siempre. Hablo también de placer. De todo el placer que he recibido de ella, con ella. De amor. También le cuento el miedo que pasé el día de la presentación de la fundación. El pánico por no saber que es lo que la pasaba. La angustia más tarde, cuando creí que había intentado acabar con su vida tomando pastillas. La ira cuando me contó que habían abusado de ella en un portal y que después la dejaron allí tirada. Toda la empatía por su estado que sentí durante su recuperación. Y lo que vino después. Pongo el corazón en la mano para abrir mis sentimientos y explicar la pena por ella cuando averigüe que estaba enferma. Por ella y por mí. Las dudas al conocer cuál era su plan. Por fin soy capaz de decirle que la apoyo en su decisión, que la entiendo y comparto plenamente lo que ha hecho. Le digo que por fin he entendido las palabras que me dijo Maite cuando le pregunté si lo que quería hacer era cobarde. He entendido que si fuera yo, sería muy cobarde hacer lo que ha hecho Maika, porque tengo responsabilidades y dos hijos que deberían vivir conmigo otro final para que fueran capaces de entender lo que pasaría. Pero Maika ha sido valiente al entender el proceso, valorarlo y elegir su destino. Y todo eso visto desde mi punto de vista. Porque sí, porque te quiero y porque te comprendo y apoyo. Porque estoy aquí despidiéndome de ti y diciéndote que te voy a amar toda mi vida. Que te he amado desde que te conozco y que ese hecho me ha marcado profundamente, para bien. El sol empieza a acercarse al suelo. Las notas del maestro Rodrigo empiezan a sonar en mi cabeza, pero yo no quiero vivir este ocaso, no así. Traigo a mi cabeza para rememorar otro en su lugar. Estábamos en mi casa en mitad de una reunión familiar alrededor de la barbacoa. Nos concentramos todos en presenciar el momento del ocaso. Maika estaba a mi lado. Justo antes de ese instante en el que el sol iba a recibir su baño diario en mi mar, nos miramos. Maika me envió un beso y yo se lo devolví mirándola. Suelto las cenizas en el mar y me dirijo al pueblo, segundos antes de que este sol ajeno, dé por finalizada su labor de iluminar este mundo. Voy a buscar a Gotzon. Volvemos a casa.

El viento susurrará tu nombre. Virginia Zugasti IV. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora