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Diego, tirado en su habitación en Monterrey, estaba hasta la madre de todo. Su relación con Blanca era una farsa orquestada por el viejo de ella. La única razón por la que seguían juntos era porque el papá de Blanca quería una imagen de chico bien con novia "perfecta".

— Pinche acento español de mierda —refunfuña Diego, agarrando el teléfono y mirando las llamadas perdidas de Blanca. "¿No se cansa de joder?", piensa.

Ni una semana para la final, y la cabeza de Diego está en cualquier lugar menos en el partido. La idea de ganar su tercer título suena bien, pero algo no cuadra. No puede quitarse de la cabeza la sensación de estar atrapado en una vida que no eligió.

— ¿Qué chingados hago? —se pregunta Diego, dándole vueltas a todo. Se levanta de la cama y camina de un lado a otro de la habitación, tratando de despejar su mente.

Decide hablar con Blanca, ponerle fin a esa farsa que le está quitando la paz. Marca su número y se prepara para lo que viene.

— ¡¿Qué onda, Diego?! —Blanca responde, con esa voz que ya le revienta los tímpanos.

— Blanca, necesitamos hablar —dice Diego, tratando de mantener la calma.

— ¿Ahora? Estoy ocupada, Diego. —Blanca suelta con una mezcla de sarcasmo y enojo.

— Mira, Blanca, esto no está funcionando. No soy feliz y creo que ni tú tampoco. ¿Para qué seguir con esta farsa? —Diego le suelta de golpe, harto de todo.

— ¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! Mi papá no va a permitir que arruines esto y menos el tuyo. Tienes que seguir actuando, Diego —Blanca trata de imponer su voluntad.

— Tu papá y el mío que se vayan a la chingada. No pienso seguir con esto. Estamos terminados, Blanca. —Diego corta la llamada, sintiendo un alivio inmenso.

Se deja caer en la cama y mira al techo, intentando procesar lo que acaba de hacer. Sabe que enfrentará consecuencias, pero la libertad de dejar esa relación tóxica lo llena de una extraña paz.

La semana previa a la final se vuelve aún más intensa para Diego. La tensión en su vida personal se mezcla con la anticipación del juego. No puede evitar sentir un vacío, como si algo estuviera fuera de lugar. La idea de enfrentarse a Tigres en la final añade una capa adicional de complejidad a sus emociones.

— ¿Qué chingados me pasa? —se pregunta Diego mientras entrena. Intenta concentrarse en el partido, pero su mente divaga hacia lo que vendrá después.

Las noches previas a la final son un torbellino de pensamientos. Diego se encuentra buscando respuestas en el techo de su habitación. La relación con Blanca le ha dejado un sabor amargo, y aunque la idea de ganar la final lo emociona, algo sigue sin encajar.

— ¿Será que necesito un cambio de verdad? —se pregunta Diego, cuestionando todo su rumbo.

La noticia de la pelea con Blanca llega a oídos de algunos compañeros de equipo. Algunos bromean, otros expresan su apoyo, pero Diego solo quiere enfocarse en el partido. La incertidumbre sobre su futuro personal se mezcla con la determinación de ganar.

— Ya veremos qué chingados pasa después de la final —murmura Diego para sí mismo, tratando de ponerle un alto a sus pensamientos.

En la casa de Diego, el ambiente pesado se corta con un cuchillo. La madre, Mary Leyva, escucha los lamentos de su hijo con resignación. Diego tiene un odio profundo por su familia, y Mary no puede evitar sentirse atrapada en ese vendaval de negatividad.

— ¡¿Por qué chingados no pueden dejar de joderme la vida?! —exclama Diego, pateando una silla en su habitación.

— Mijo, tranquilo. Ya sabes cómo es tu papá. Es un controlador, pero necesitas calmarte antes de la final —Mary intenta apaciguar los ánimos, aunque sabe que es una tarea casi imposible.

𝐌𝐀𝐒𝐓𝐄𝐑𝐌𝐈𝐍𝐃 - ᴅɪᴇᴠɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora