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Diego estaba sentado en el borde de su cama, con el teléfono en la mano. El mensaje de Kevin aún brillaba en la pantalla, y lo había leído al menos cinco veces, cada vez sintiéndose más perdido. Sabía que Kevin solo estaba intentando mantener una conversación, pero Diego no podía evitar sentir una presión enorme sobre sus hombros. La final perdida aún estaba fresca en su mente, y la idea de tener que cumplir con esa apuesta lo hacía sentir peor.

— Chingada madre... — murmuró, pasando una mano por su cabello, frustrado.

Diego no podía dejar de pensar en lo decepcionado que estaba su padre por la derrota. Sabía que llevar la camiseta del América era una tontería, pero después de perder esa final, el simple hecho de imaginarse con la playera le causaba un nudo en el estómago. No quería pensar en cómo su padre reaccionaría si veía esa foto circulando por las redes. Sería un golpe más a su ya frágil estado emocional.

— ¿Qué carajos le respondo...? — se preguntó, pero no encontraba la respuesta. No quería ser grosero con Kevin, pero tampoco estaba de humor para seguir con esa estúpida apuesta.

Después de unos minutos de incertidumbre, decidió que lo mejor era evadir la situación. No tenía ganas de lidiar con ello en ese momento, y menos con alguien que apenas conocía. Así que, con un suspiro, dejó el mensaje en visto y apagó la pantalla del teléfono.

Justo en ese momento, escuchó un suave toque en la puerta. Diego levantó la mirada, un poco sorprendido de que alguien estuviera despierto a esas horas. La puerta se abrió lentamente, revelando a Blanca, su exnovia. Aunque habían terminado, Blanca seguía siendo una persona importante en su vida. Su relación había cambiado, pero el cariño y la preocupación seguían ahí.

— ¿Qué haces despierta, Blanca? — preguntó Diego en voz baja, intentando sonar tranquilo, aunque por dentro sentía un caos.

Blanca entró al cuarto con cautela, cerrando la puerta detrás de ella sin hacer ruido. No quería despertar a nadie más en la casa. A pesar de la oscuridad, Diego pudo ver la preocupación en sus ojos. Blanca se acercó a él, observando su rostro con detenimiento.

— No podía dormir, y cuando vi que estabas despierto, me preocupé. — Blanca se sentó a su lado, su mirada fija en él. — ¿Qué pasa, Diego? Te ves... horrible

Diego intentó sonreír, pero no pudo. Sentía el peso de todo lo que estaba pasando aplastándolo, y no sabía cómo explicarlo sin sonar como un niño quejumbroso.

— Nada, solo... — suspiró, buscando las palabras. — Es que todo me tiene hasta la madre, Blanca. La final, mi papá, Kevin... Siento que no puedo más.

Blanca lo miró en silencio, entendiendo más de lo que Diego decía. Sabía lo importante que era el fútbol para él, y lo mucho que le afectaba decepcionar a su padre. Sin decir nada más, se acercó y lo rodeó con sus brazos, atrayéndolo hacia su pecho.

— Ven acá, Dieguito. — susurró, mientras lo abrazaba con fuerza.

Al sentir el abrazo de Blanca, Diego dejó salir un suspiro profundo, como si todo el estrés y la presión que sentía empezaran a desvanecerse, aunque fuera solo un poco. Cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez y el consuelo que ella le ofrecía.

— No tienes que cargar con todo esto solo, Diego. — dijo Blanca suavemente, acariciando su cabello. — Sé que no es fácil, pero no te tienes que joder tú solo por todo lo que pasa.

Diego no dijo nada, simplemente apoyó la cabeza en el hombro de Blanca, permitiéndose sentir la cercanía que tanto necesitaba. Unas lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, y Blanca las sintió mojando su camiseta, pero no dijo nada. Sabía que Diego no necesitaba palabras en ese momento, solo alguien que estuviera ahí para él.

𝐌𝐀𝐒𝐓𝐄𝐑𝐌𝐈𝐍𝐃 - ᴅɪᴇᴠɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora