[TERCER LIBRO TRILOGÍA AMOS]
Dios ama a toda su creación , incluyendo a los demonios. Pero...
¿Amará suficientemente a su hijo caído y a la primera Lilim en pisar tierras mortales como para salvarlos?
Descúbrelo en la tercera y última entrega de es...
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2 meses después.
Bosque Tongass / Estados Unidos.
(07:07 PM)
Saber o creer.
El primer verbo garantiza seguridad y conocimiento mientras que el segundo trae olas de inseguridad y confusión.
Uno de estos dos podría ser tu pasaje al infierno o el que consiga alejarme de ti, lo cual con honestidad no sabría decir cuál es peor.
¿Conoces algo con tanta convicción que te arriesgas a admitir saberlo o sin embargo te sumerges en el peligro de la duda que te hace únicamente creerlo?
Cuando los ojos del chamán Salazar dejaron de prometer venganza, su corazón, en el que tenía enterradas mis uñas, emitió un último latido. Retiré mi mano la cual había atravesado la mitad de su pecho y su cuerpo cayó sin vida junto a uno de los tipis de su tribu. Irguiéndome me centré en mi respiración la cual era la única presente...
Más de veinte cuerpos sin vida me rodeaban.
Pasé mis manos llenas de sangre por la toga negra para más tarde hacer un gracioso e inútil intento de limpiar mi rostro pero las llamas de las hogueras me mostraron en sus reflejos que el líquido de la vida una vez que te mancha te vuelve su esclavo, condenándote a volver a mancharte no una sino siete veces más.
Había tantas víctimas que me fue imposible el no pisar algún cuerpo para poder llegar hasta Nevan quien ronroneaba de placer al tiempo que lamía un hueso de muslo el cual había despojado de toda carne.
-Hora de regresar, gatito.
Gruñó desafiante cuando me acuclillé para quitarle el hueso.
Alcé una ceja y optó por la decisión más inteligente: No llevarle la contraria a esta lilim.
Cuando el portal se abrió a mis espaldas eché un último vistazo a la muerte que me rodeaba.
Saber o creer, de ese hilo depende a veces la vida.
⛦
Los zapatos de tacón dejaron manchas de muerte en la entrada del castillo.
Manché su fantasía con mi condena.
Me despojé de la toga y la lancé al suelo, obteniendo un ligero escalofrío cuando los mechones mojados de mi largo y oscuro cabello cayeron sobre mis brazos y hombros descubiertos. Ignorando los más de tres pares de ojos que me observaban desde la sala alcé un lado de la camisa de tirantes para limpiar mis párpados.
