5. La espía del rey.

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2 de febrero de 1520

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2 de febrero de 1520. Ribera del río Támesis en las afueras de Londres. Palacio de Greenwich.

A modo de venganza por la perversa conducta del rey al acostarse con ella, lady Sophie le pidió al cardenal que trasladase al duque de Longueville desde las mazmorras a una habitación del palacio. Abrigaba la secreta ilusión de que el apestoso mendigo al que había entrevistado para el trabajo adquiriera una apariencia más decente. Descartaba que se convirtiese en un deslumbrante pavo real, pero había rebajado el nivel de exigencia y con un simple gorrión le alcanzaba.

     Le rogó a Wolsey, además, que le dieran de comer, que lo bañaran y que lo acicalasen dos veces al día hasta que recuperara el aspecto de un aristócrata. Decidió darle más tiempo —si solo le concedía unas horas no se desprendería del degradante hedor— e intentó ser comprensiva al máximo debido al trato brutal al que lo había sometido Enrique solo por haberle ganado al jeu de paume. Un comportamiento miserable del que ella también era víctima a diario.

     El monarca no protestó cuando Su Eminencia Reverendísima le comunicó las nuevas peticiones. «¿Tendrá remordimientos porque se ha conducido conmigo como un monstruo y por eso ha aceptado sin rechistar?», reflexionó la joven. «Me ha humillado de un modo íntimo. ¡Por suerte pronto me alejaré de ese engendro!»

     Mientras caminaba hacia la estancia de Guy de Lorena —en el extremo contrario del palacio y cerca de los dormitorios de la servidumbre— meditó que tal vez Enrique alejaba al duque de los aposentos reales con la finalidad de que le quedase claro que no lo perdonaba del todo, aunque pensara utilizarlo en beneficio de los intereses de Inglaterra. Sophie temía perderse, pero resultaba imposible porque fuera de la habitación dos guardias armados custodiaban la entrada.

—Su Majestad me ha autorizado a que visite al prisionero. —Ambos se separaron y le permitieron llamar a la puerta.

—¡Ah, madamoiselle, sois vos! —la saludó Guy con alegría—. ¡Bienvenida al palacio ducal!

     Pese a la invitación, la joven no traspasó el acceso y se quedó paralizada mientras lo observaba. No se recuperaba del asombro por la metamorfosis operada en él.

—¡¿Estáis completamente seguro de que sois el duque de Longueville y de que no os han cambiado por otro caballero?! —inquirió, incrédula.

     El cabello castaño —con un nuevo corte a la moda— lanzaba destellos rubios. Y los ojos, una vez desprovistos de la pestilente roña que los rodeaba, se le habían transformado en azules.

—Os juro que soy el mismo que viste y calza, pero aseado y bien comido —y más formal, añadió—: El cardenal Wolsey me recalcó que debía agradeceros mi actual situación —al percatarse de que aún lo contemplaba anonadada, bromeó—: Quizá al apreciar mi apostura, lady Sophie, os planteéis que nuestro matrimonio sea auténtico.

     El comentario la hizo reaccionar al instante. Traspasó el umbral y cerró la puerta de madera de roble con un golpe seco.

—Que quede muy claro que jamás consumaremos nuestra unión. ¡Nunca! —La chica puso cara de horror—. No entiendo por qué razón algunas damas hablan maravillas de un acto tan grotesco como el que acontece en el lecho entre un hombre y una mujer. —Un incontrolable escalofrío la traspasó por entero—. No hay una experiencia peor, excepto que me corten la cabeza con un hacha desafilada.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora