El rival de Rafael: Miguel Ángel.

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A diferencia de Rafael, Michelangelo Buonarroti vivió ochenta y nueve años

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A diferencia de Rafael, Michelangelo Buonarroti vivió ochenta y nueve años. Comenzó a pintar los frescos de la capilla Sixtina en 1508 y por esta fecha era un artista consolidado. La belleza de la Pietà de San Pedro —esculpida en 1499— lo había consagrado a los veinticuatro años como el máximo escultor de su tiempo. Los poderosos se lo disputaban. En Florencia elaboró el gigantesco David y junto con Leonardo pintó el fresco de una pared de la Sala del Consejo del Palazzo Vecchio.

     En 1505 el papa Julio II lo trajo a Roma para que realizara su tumba, un grandioso proyecto que entusiasmó al artista, pero pronto ambos rompieron. Contaba Miguel Ángel en 1523 que el papa «cambió de opinión y ya no quiso hacerlo». Y, encima, lo echó cuando le pidió dinero. Lo consideró una afrenta y abandonó la Ciudad Eterna. Más adelante Julio insistió en que trabajase para él y lo tentó con un nuevo proyecto: los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina.

     En 1508 Bramante se ocupaba de la reconstrucción de la basílica de San Pedro y en las obras del palacio Vaticano. Y Rafael comenzaba los frescos de las habitaciones del papa. Este quería a Miguel Ángel a cualquier precio, pese a sus protestas, a su mal carácter y a su inexperiencia como pintor. Cierto era que de joven había estudiado la técnica de la pintura mural en el taller de Ghirlandaio, pero nunca la había utilizado.

     Sostenía que su «profesión» era la escultura y no la pintura. En las cartas a los familiares aludía al trabajo de la Capilla Sixtina como un «grandísimo esfuerzo» y lo desanimado que se sentía por las dificultades «al no ser yo pintor». Pero no quiso renunciar a los ingresos y trabajó en esta ardua tarea durante cuatro años y medio.

     En los muros de la capilla Sixtina había frescos de Botticelli, de Ghirlandaio, de Cosimo Rossi, de Perugino y de Signorelli. La bóveda había sufrido dos restauraciones, la última fue para preparar los trabajos de Miguel Ángel. El 8 de mayo de 1508 se acordó un primer plan, pero al artista le pareció «cosa pobre». Revisaron el contrato y se doblaron los emolumentos, con el agregado de que podía pintar lo que quisiera en el techo, en las pechinas y en las lunetas.

     Los problemas comenzaron desde el principio, cuando instalaron los andamios. Miguel Ángel los criticó y consiguió que los desmantelaran y que construyeran otros basados en su propio diseño.

     Pero la mayor dificultad radicaba en pintar el fresco porque se trataba de una técnica que no permitía errores o las vueltas atrás. Además, exigía tiempos muy breves. Una vez que se preparaban los cartones de los dibujos había que dividir el conjunto en partes que se pudieran completar en un día, ya que pasado este tiempo el enlucido se secaba y no absorbía el color. La sección de pared elegida se preparaba primero con el encalado y luego con el enlucido, una mezcla de puzolana, de cal y de agua. Una vez que el dibujo se trasladaba sobre el enlucido —todavía fresco— se extendía de inmediato el color.

     Los primeros intentos de Miguel Ángel fueron un fracaso total. El Diluvio Universal  acabó en desastre porque la receta «florentina» del enlucido no funcionaba con los materiales y con el clima de Roma. Enseguida se enmoheció y la pintura tuvo que ser suprimida en parte y rehecha desde el principio. A lo largo de meses de angustia y de dificultades el artista consiguió dominar la técnica y pudo prescindir de sus ayudantes. El análisis de los gastos que realizó en la obra confirma la leyenda de que casi todo lo hizo solo.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora