Se le reprocha a Enrique VIII haber ocupado territorios en Francia que siempre serían inestables. ¿Por qué no se gastó el dinero en fortificar Calais, que ya era inglés, y poseía valor comercial? Conquistar el reino galo con la excusa de su débil pretensión sobre el trono era un sueño imposible.
Las monedas de Enrique lo llamaban rey de Francia porque la necesidad de conseguir esta tierra era tan fuerte que subyacía como un símbolo, aunque la realidad que la sustentaba había desaparecido con el paso del tiempo. Lo mismo se podría decir de las conquistas de Francisco I en Italia y de su obsesión por el ducado de Milán.
Francisco I ordena a sus tropas perseguir a los suizos en la batalla de Marignano, pintura del siglo XIX de Alexandre-Évariste Fragonard.
Esta conducta se enraizaba en la mentalidad de la época. Se daban por supuestos la iniciativa personal del gobernante, su importancia como fuente de honor caballeresco y como dirigente natural del ejército. La feudal era una sociedad organizada para la guerra y a los reyes en el Renacimiento todavía se los consideraba como la cumbre armada de la pirámide social. Todos dirigían los ejércitos en persona.
Los burócratas que integraban el consejo del rey reclamaban precaución, pero en el círculo inmediato de consejeros de la corona los nobles estaban en mayoría. Hombres estos que, como dirigentes del segundo estado, habían sido educados para la guerra.
Hay que destacar la oculta inclinación a la violencia en todas las esferas de la sociedad, que estaba presente incluso en los pasatiempos. De las justas se esperaban heridos. Y, por lo común, las batallas fingidas —escenificadas como entretenimientos públicos— se convertían en auténticas y algunos de los participantes morían. Estas bajas eran el resultado de una época brutalizada por el contacto continuo con la violencia y su indiferencia hacia ella.
La idea —que siempre fue difusa— de una supercomunidad cristiana se desvanecía. En 1516 el embajador veneciano le reclamó ayuda a Enrique VIII contra el enemigo común de la cristiandad, el Imperio Otomano.
Él le respondió:
«Sois inteligente y en vuestra prudencia comprenderéis que nunca se realizará expedición general alguna contra los turcos mientras exista tal perfidia entre las potencias cristianas que su única preocupación sea la de destruirse unas a otras».
Hasta 1520, fecha en la que se convirtió en sultán Solimán el Magnífico —quien en los dos años siguientes tomó Belgrado y la isla de Rodas—, la actitud de Europa hacia los otomanos era, si no de indiferencia, sí de interés precavido o de idealismo inactivo.
Si deseas profundizar más puedes leer:
📚Historia de Europa. La Europa del Renacimiento. 1480-1520, de J. R. Hale. Siglo XXI de España Editores, S.A, 2012, Madrid.
📚Cuatro príncipes. Enrique VIII, Francisco I, Carlos V, Solimán el Magnífico y la forja de la Europa moderna, de John Julius Norwich. Ático de los Libros, España, 2020.
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LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.
Historical Fiction🧙Lady Sophie y su prima Jane pertenecen al clan de brujos Grey, que cuenta con poderosas influencias en la corte. Juntas, recorren media Inglaterra para participar en el aquelarre que se celebra en el embrujado castillo de Chillingham. Se trata de...