8. Propuesta indecente.

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Abril de 1520

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Abril de 1520. Promontorio del río Loire. Château d'Amboise.

Sophie se sentía en casa y no echaba de menos vivir en la isla. Por el contrario, la idea de volver le causaba angustia y por la noche le provocaba pesadillas. Siempre era la misma. Un monstruo la perseguía, le daba alcance y le pellizcaba las piernas y los brazos de modo cruel. No llegaba a ver qué más le hacía porque se despertaba aterrorizada. Y, cuando el cerebro procesaba la información, comprendía que este engendro existía en la realidad y que se llamaba Enrique. No había ningún género de dudas: debía mantenerse alejada del perverso y manipulador soberano inglés.

     Se encontraba tan cómoda en Francia debido al cariño que la gente más humilde y la de más elevada cuna le manifestaba a Guy y que se extendía a ella por ser su esposa. Daba la impresión de que todo el mundo lo había extrañado. Y no le asombraba porque tenía un carácter extrovertido. Es más, lo añoraba durante las horas en las que la abandonaba para reunirse con los amigos y recuperar el tiempo perdido. O para jugar al jeu du paume con raqueta, a pesar de que lo animaba desde la galería.

     Enseguida de arribar al Château d'Amboise  el monarca los convocó. Cuando estuvieron en su presencia Francisco la tasó mediante una mirada de galán, le besó la mano con exquisitos modales y se dirigió a ella como si la conociera de toda la vida.

—Encantado de veros, duquesa de Longueville. —Sophie efectuó la reverencia de rigor en tanto el soberano lanzaba una carcajada y le propinaba a Guy una palmada en la espalda—. No hay duda de que habéis elegido bien, rufián. Nosotros le implorábamos a los embajadores de todos los reinos que conminasen a Enrique a liberaros, y, mientras, vos os regodeabais con esta hermosa mujer.

—Os aseguro que por mi dama hubiera pasado en prisión toda la vida a cambio del placer de un solo minuto de su compañía —repuso el marido y le sonrió cariñoso.

—¡Los ingleses os han contagiado su fantasiosa forma de ser! —El rey lanzó una risa mientras Guy lo estudiaba con escepticismo—. Convertís a vuestra esposa en una diosa inalcanzable y le rendís pleitesía. Habéis olvidado mis enseñanzas, nunca hay que entregar todo de sí. Compruebo que estáis tan enamorado que habéis perdido el dominio de vuestro corazón. Sospecho que ya no participaréis como antes en «la guerre amoureuse»  de la corte —y en dirección a Sophie añadió—: ¿Sabéis? Aquí las damas son tan libres como los caballeros para vivir aventuras de todo tipo y se divierten a lo grande. Ninguna se hace rogar demasiado y el matrimonio no resulta un impedimento, sino que representa un acicate. No penséis que le debéis fidelidad a este bribón. —Y le efectuó un guiño que hizo poner a Guy serio de inmediato—. Recordad, cuando os aburráis de vuestro marido me avisáis enseguida.

     La joven juzgó que el atractivo del rey francés era el polo opuesto de la belleza dura y siniestra de Enrique. Este empleaba la crueldad para someter cuando una mirada, una ligera renuencia o una palabra lo molestaba. Y, encima, se creía la única estrella del universo.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora