6- LA MUJER DEL RENACIMIENTO.

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Las sociedades siempre fueron injustas con las mujeres, de modo que la renacentista no sería una excepción

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Las sociedades siempre fueron injustas con las mujeres, de modo que la renacentista no sería una excepción. Pero veamos, punto por punto, los distintos aspectos.


Siguiendo la estela de la Edad Media, también en el Renacimiento el hombre hacía todo lo posible para que la presencia de la mujer siguiera siendo marginal

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Siguiendo la estela de la Edad Media, también en el Renacimiento el hombre hacía todo lo posible para que la presencia de la mujer siguiera siendo marginal. Existía un discurso machacón y misógino acerca de la naturaleza de la fémina en el que se destacaba la necesidad de contenerla. Era un deseo que apenas se disimulaba. Sostenían que su presencia debía ser una suerte de ausencia. O tan discreta y limitada como un jardín cerrado.

     Se decía que se volvía peligrosa por sus excesos y necesaria porque solo ella podía dar a luz a los hombres del mañana. El discurso, por lo tanto, la inventaba a través de la mirada del género dominante. Por eso los acuerdos matrimoniales para los hijos de las clases acomodadas constituían un negocio y las hijas se llevaban dinero y recursos de la familia por medio de la dote. La boda, además de comprar el futuro bienestar de la joven, debía proporcionar una alianza para elevar el estatus de los parientes.

     En cuanto a las chicas de las clases inferiores, se esperaba de ellas que trabajasen para mantenerse, tanto si eran solteras como casadas. Pese a esto, la sociedad no concebía que pudieran vivir en total independencia —lo consideraban antinatural y aborrecible—, pues se daba por hecho que el padre o el marido le darían un hogar. Y que en cierta medida contribuirían a su mantenimiento. Esta injusticia se reflejaba en los salarios femeninos habituales, que eran mucho menores que los del otro género.

     Si en el período prematrimonial la muchacha no podía encontrar trabajo como para mantenerse en su casa propia, había que buscarle un medio protector sustitutivo. Debía ingresar en el hogar de su empleador y este asumía el papel de figura masculina protectora. Sería el responsable de los costes de su alimentación y de su cobijo hasta que la mujer se marchara a otro trabajo o regresase a su hogar o se casara. También los salarios eran menores porque se descontaba lo que recibiese por los conceptos de alimentos y de vivienda. Lo que solían hacer era gastar lo mínimo posible de la paga, que el empleador les guardaba y les entregaba cuando se marcharan de la casa. Es decir, tampoco se les permitía administrar su dinero.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora