. . O1 ; anestesia

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Anestesia.

La palabra anestesia proviene del griego, del prefijo an que significa sin y del vocablo aesthesis que significa sensación. Lo que puede traducirse literalmente como "pérdida de la sensibilidad".

Para Song Haneul, el amor era como la anestesia, capaz de nublarte los sentidos para engañarte hasta hacerte creer que estás bien, aunque tu cuerpo se encuentre completamente arruinado.

Cuando se volvió adicta a ese sedante, ya no hubo marcha atrás.

El amor de Yeonjun era como una cizaña venenosa. Cuando una cizaña crece entre el trigo, debes cortarla para evitar que se propague por los alrededores, pero Haneul se encontraba lo suficientemente anestesiada como para intentar siquiera arrancar sus ramas. Y cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Lo supo esa noche, cuando el chico la sacó a jalones del bar donde cenaba junto a sus compañeros de equipo, que celebraban el primer año de Haneul trabajando en la editorial de sus sueños.

Yeonjun había enloquecido completamente. Estaba tan molesto que podía ver las venas saltar alrededor de su cuello mientras la sacaba del restaurante violentamente. Su antebrazo ya ardía por la fuerza en la que la tomaba y podía notar el enrojecimiento expenderse sobre su agarre. Abrió la puerta y la tiró sobre el sillón del copiloto, cerrándola bruscamente tras de sí, antes de correr hacia su asiento y apretar el volante con fuerza, arrancando al instante, sin darle oportunidad de procesar cualquier cosa.

—¡Estás loco! —exclamó con rabia. Yeonjun conducía a una velocidad impresionante que las luces de la ciudad parecían más bien manchas borrosas. Yeon-ye amaba la adrenalina. Tenía tendencias autodestructivas y mucha ira contenida dentro, así que aquella situación era agobiante y algo terrorífica, sí, pero no era la primera vez que los empujaba a esa clase de escenarios, poseído por sus arranques de impulsividad. —Para el maldito auto —exigió, pero él simplemente la ignoró, subiendo el volumen del estéreo al tope para hacerle saber lo poco que le importaba escucharla. Para colmo, la radio reproducía alguna canción de death metal, así que sus peticiones para que frenara eran prácticamente insonoras. Apretó la mandíbula con frustración y bajó el sonido ella misma. Yeonjun gruñó. —¡Te dije que frenaras!

—¡Y yo te dije que te mantuvieras alejada del imbécil de Kim Seungmin pero pareció importarte muy poco! ¿No es cierto? —respondió. Haneul soltó una risita agria, su corazón estaba más acelerado de lo usual por Yeon-ye, pero esta vez, no por mariposas, sino por la muerte respirándole en la nuca y la intensidad de sus palabras. No recayó en el momento en que abandonaron la carretera para adentrarse a un bosque, a las orillas de la ciudad. Maldijo para sus adentros.

—¡Solo charlábamos, maldita sea! —pronunció con cólera, intentando disimular las lágrimas de impotencia acumulándose en sus ojos.

Yeonjun le lanzó una de esas miradas suyas, cargadas de dureza. En otras circunstancias, aquello habría sido suficiente para callarla y agacharla, porque desde luego, él la hacía sentir tan pequeñita, pero no fue el caso. Yeonjun no iba a silenciarla de nuevo cuando ya estaba al borde, a punto de estallar, decepcionada, frustrada, triste, enojada y con muchos sentimientos más hirviéndole en la sangre.

Ya no parecía razonable seguir aferrándose a lo que alguna vez tuvieron, al chico dulce que conoció al inicio, que volvió su mundo más colorido y le dio razones para seguir respirando.

Simplemente, Yeonjun ya no valía la pena.

—Terminamos.

Fue una sola palabra, solo diez letras, cuatro sílabas que parecían carecer de valor, pero internamente, representaban algo demasiado grande. Haneul nunca antes había tenido la fuerza para acabar con todo ese dolor, pero a veces no se necesita de ello para terminar con lo que nos hace daño, solo resignación y una profunda decepción irreparable.

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