. . O6 ; «malditos»

122 24 27
                                    

En el fondo, Haneul siempre se había sentido como un error. Como una pequeña manchita negra en una hoja blanca, destinada a ser despreciada por siempre. Había algo malo en ella, estaba demasiado claro. ¿Por qué todos la abandonaban? ¿Por qué solo parecía sacar lo peor de las personas? Tal vez, porque estaba destinada a morir en soledad. Había soñado con un príncipe azul, un príncipe de aquellos que solo existen cuentos. Quizá esa era la razón por la cual le daban las tres de la madrugada escribiendo en un pequeño rinconcito de la habitación, con el brillo de la computadora quemándole los ojos y las libretas de organización abiertas de par en par, porque en las historias no se sentía como un error, podía ser un hada de la tierra de los dragones, o una princesa empuñando una espada, o una chica de diecisiete años que acaba descubrir que su propósito es salvar a la humanidad de una oscuridad abrumadora. Porque en las historias, siempre son las manchitas negras las que terminan tiñendo toda la hoja de tinta. Porque en las historias, siempre hay una cura para los corazones rotos. Porque en las historias, siempre hay un príncipe azul dispuesto a acariciar la rosa, aún sabiendo que podría espinarse. Es un común denominador. Una trama infalible.

Porque, para bien o para mal, todos los escritores están un poco «malditos».

La pequeña lámpara de noche parecía ser insuficiente para alumbrar en su totalidad la habitación, pero a Haneul no le importaba demasiado. Estaba sumida, escribiendo sin parar y la cabeza le daba vueltas. Pero prefería eso a volver a dormir, no se sentía capaz de lidiar de nuevo con aquellas pesadillas. Aunque durante el día jurara que se encontraba bien, era el rostro de Yeon-ye lo que la esperaba entre las sombras para apresarla cuando caía la noche. Un rostro atormentado, adolorido y bañado de sangre que le gritaba que pronto sería su turno. Que no merecía estar viva, respirando. Que tendría que haberse dejado arrastrar a las llamas del infierno para hacerle compañía.

Pero la realidad, era que ella llevaba toda una vida en el infierno.

—¿No logras conciliar el sueño?

La voz de Minho la sobresaltó. Su corazón se aceleró notoriamente y la laptop resbaló de entre sus piernas cruzadas hasta caer suavemente sobre la alfombra. Haneul tragó saliva y lo miró mal fugazmente al distinguir su silueta recargada en el umbral de la puerta, que había olvidado cerrar. Notó que llevaba puesta una playera negra, de manga larga y unos pants del mismo color, su cabello estaba ligeramente revuelto pero su mirada no parecía soñolienta, como si hubiera intentado dormir en vano.

—No, tengo insomnio —respondió, al cabo de unos segundos, con la garganta seca. Minho ladeó la cabeza, examinando todos los objetos regados sobre el suelo.

—¿Trabajas fuera de horario? A eso se le llama «explotación laboral» —puntualizó.

—No es trabajo —respondió Haneul. —Son...proyectos propios.

—¿Qué proyectos?

—Que preguntón eres —contestó divertida, cerrando la computadora y acomodando los cuadernos. No quería hablar de aquel hobbie con él todavía, era demasiado importante para ella y no lo mostraba con nadie. Contarle a alguien de sus historias era como dejarlo entrar a su alma, llena de mariposas y espinas, colores y abismos. Era dejar al descubierto una parte vulnerable de sí misma. No cedería tan fácil con alguien que seguramente ni siquiera le tomaría importancia.

—Lo siento —el vampiro soltó una risita, alzando las manos en señal de inocencia. —¿Ya irás a dormir?

—Pensaba leer algo antes, pero casi todos mis libros se quedaron en mi casa.

Minho asintió.

—¿Sabes? No te he mostrado todo el departamento.

Haneul alzó las cejas y abrió mucho los ojos.

Renaissance ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora