. . O7 ; catarina venenosa

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Cuando Haneul tocó a su departamento la primera vez, Minho supo que sería una tarea difícil mantenerse al margen con aquella máscara de llanero solitario, que se comunica a través de una delgada lámina de cristal.

Se mudaba constantemente. Cuando la gente comenzaba a sospechar de él, cuando los vecinos eran fastidiosos o simplemente se encontraba harto de todo y todos. El departamento quedaba en una zona con gente demasiado ocupada para entrometerse en la vida de otros, así que no pudo resistirse a la oferta. Cuál fue su sorpresa al notar a  aquella jovencita veinteañera esperar pacientemente tras su puerta para darle la bienvenida, luciendo un vestido veraniego celeste, mientras cargaba una canasta con comida de lo más mortal entre sus manos. Sus mejillas ligeramente sonrojadas y su cabello suelto con flequillo le daban un aspecto inocente y tierno, pero sus profundos orbes oscuros emitían otras intenciones.

—Me llamo Haneul y soy tu vecina. Traje esto para ti, espero que te sientas bienvenido en este lugar.

El vampiro tomó la canasta con flojera y le dirigió una dulce sonrisa, solo para matarla después como solía hacerlo con cada persona que parecía tener la motivación de entablar conversaciones con él.

—Hola Haneul. Soy Minho y detesto a los entrometidos, así que evita cruzarte por mi camino, ¿quieres? —respondió, antes de cerrarle la puerta en la cara.

Con eso debió ser suficiente para asegurar que Haneul no siguiera merodeando alrededor suyo por un buen rato, pero ella pareció entender su despedida como una invitación.

Siempre atenta. Siempre mirando. Como una catarina colándose en el jardín y revoloteando de aquí para allá. Pero él era una araña, un depredador con la capacidad de mantener todo bajo control.

O al menos eso había creído. Porque él jamás habría contado con que las catarinas también podían ser venenosas. Y la bruja de Song Haneul, era de todo, menos ordinaria.

Ahora tenía una catarina curiosa allanando su jardín muerto. Y se preguntaba cuánto tiempo sobreviviría alimentándose a base de cizañas y agua mugrienta.

Debía deshacerse pronto de ella.

Ya era tarde cuando se asomó a la biblioteca para ver si Haneul se había ido, pero la encontró dormida, encogida en el sillón, con una copia de «Ana de las tejas verdes» entre sus brazos. Su respiración estaba tranquila, su cabello ligeramente revuelto y sus párpados cerrados, remarcando sus rizadas pestañas. Temblaba por el frío, el que acarreaba noviembre por naturaleza y el que emanaba la calefacción. Minho arrugó el papelito que había encontrado en el balcón suavemente pero no lo tiró. Lo guardó en el bolsillo de su ropa.

Cerró la puerta y bajó un escalón, después consideró llevarle alguna manta para aminorar el frío y subió el escalón. Pensamientos intrusivos atacaron sus pensamientos, ya había sido demasiado amable con ella. Una amabilidad que desconocía poseer, y bajó el escalón. Y subió y bajó y bajó y subió, deseoso de poder subir o bajar sin culpa.

. . .

Eran alrededor de las seis de la madrugada cuando Haneul despertó. Se había quedado dormida en el sillón de la biblioteca mientras leía uno de sus libros favoritos.

Una manta gris, que no recordaba haberse puesto, la envolvía, protegiéndola del frío.

Se despojó de la colcha, dejó el libro en una mesita, separando la página en la que se había quedado con el listón verde del lomo y salió de ahí. El departamento estaba hundido en una oscuridad profunda. Aún faltaban algunas horas para que sonara su alarma. Caminó a tientas a través de los desolados pasillos y cerró la puerta, disponiéndose a regresar a la cama, cuando unos sonidos extraños la desconcertaron. Sonaban como sollozos bajitos que provenían del baño.

Frunció el ceño, dirigiéndose sigilosamente a la puerta del cuarto. Tragó saliva, sintiendo un presentimiento raro revolver sus entrañas, pero se tranquilizó a sí misma, pensando que quizá se trataba de Jane intentando jugarle alguna otra travesura.

Sus dedos rozaron el frío pomo metálico, tirando de él suavemente y al distinguir una silueta oscura se sobresaltó, sintiendo una oleada de pánico acelerar su corazón.

Era una chica. Estaba arrodillada sobre el suelo mientras temblaba, frente a un botiquín de primeros auxilios regado por todas partes. Había gotitas de sangre fresca en el mármol mientras ella intentaba curar una herida profunda en su brazo torpemente. El líquido rojo le causó náuseas y no entendía qué demonios estaba sucediendo, haciéndola tambalearse. Entonces, la mujer giró rápidamente el rostro en su dirección, y todo pareció pausarse por un momento.

Era hermosa. Su piel era pálida como el papel, su cabello largo, lacio, negro como la noche decorado con mechones plateados, su nariz pequeña y sonrojada, sus labios delgados y rosas de los cuales se vislumbraban un par de afilados colmillos blancos y parecía muy joven. No podía tener más de diecisiete años.

Pero lo que más le impactó fueros sus ojos azules y penetrantes como el zafiro. Una mirada bastante familiar que hizo encajar de alguna manera aquel desastre.

—¿Sabrina? —preguntó asombraba, mientras la chica se levantaba bruscamente del suelo para poner su mano encima de la boca de Haneul y acorralarla entre la puerta y su cuerpo.

—Shh... —regañó, con una voz delgada y bajita. —¡Minho podría escucharnos!

 —¡Minho podría escucharnos!

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