. . O12 ; cancerígeno

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En medio del bosque, todo ardía en llamas.

Su vestido rojo bailaba como los pétalos de una flor ante la brisa, pero no huía del viento, sino del infierno que había llegado a ella. Alguien abrió las puertas del inframundo a la tierra, ahora su ardor quemaba los árboles de la vida y su humo negro pintaba de oscuridad las nubes blancas.

El calor se le infiltraba por los poros, su pecho estaba agitado y sus ojos amenazaban con desechar cascadas mientras miraba los cuerpos de sus hermanas decorar los suelos como flores marchitas, incendiadas. Pero no podía detenerse, estaba buscando a alguien.

El problema, era que no recordaba a quien.

Un par de zafiros borrosos fue lo primero que distinguió cuando abrió los ojos. Parpadeó lentamente, acostumbrándose a la luz. Bora estaba ahí, la examinaba con preocupación, con el rostro cerca del de ella mientras su cabello bicolor caía a cada lado de su rostro, picando las mejillas de Haneul.

—Despertaste —murmuró aliviada, con sus cachetes rosas abultándose al sonreír. —Estaba muy preocupada por ti.

La mayor suspiró, incorporándose lentamente en la cama mientras frotaba sus sienes, intentando recordar algo, pero su mente se hallaba en blanco.

—¿Qué pasó? —preguntó débilmente, con la boca seca. Bora se apresuró a servirle un vaso de agua de la jarra que había llevado Minho la noche anterior y se lo extendió. Haneul lo tomó, vacilante, dirigiéndola a sus labios para dar un sorbo.

—Fiebre. Minho te encontró en el cementerio luego de que huyeras de la comisaría y estabas a punto de desmayarte, nunca lo había visto tan angustiado —Haneul tragó saliva, escuchando la boca de Bora soltar cada vez más y más palabras.

—Bora... —susurró un momento, intentando procesar la información.

—Por favor, dime Sabrina. Bora me trae recuerdos trágicos, Sabrina es el nombre que Minho escogió para mí y es hermoso —mencionó. —Se siente como iniciar de nuevo.

—Claro... —quiso decir algo más, pero en ese instante se escuchó el sonido de la perilla girarse. Haneul volvió su vista hacia Sabrina, pero ella ya se había transformado de nuevo en gato. En cambio, a quien sí logró visualizar fue al vampiro, adentrándose en la habitación suavemente, con una bandeja de plata en las manos.

—Ya te levantaste —pronunció, acercándose a ella con paciencia. Haneul observó las ojeras remarcadas debajo de sus orbes cacao y su cabello rojizo desordenado y frunció el ceño.

«Nunca lo había visto tan angustiado» la vocesita de Sabrina resonó en su cabeza, pero se apresuró a disolverla. Claro que estaría preocupado, si algo le pasaba a ella, él perdería su inmortalidad. Era tan sencillo como eso.

—Te traje algo de almorzar —continuó, dejándole sobre el colchón una bandeja con fruta, yogurt, cereales, panqueques y varios jugos de cajita. —No sabía qué te gustaba, así que te traje todo.

Haneul alzó las cejas y aclaró la garganta al sentir sus mejillas calentarse. Cubrió su rostro con las manos torpemente y soltó una risita nerviosa.

—¿Es la fiebre? —preguntó Minho.

—Probablemente —mintió con rapidez. —¡Es tardísimo! —exclamó al mirar la hora en el reloj. —Tengo que ir al trabajo.

—Ya me encargué de eso —respondió el vampiro. —Tienes días libres por salud.

—¿Qué? ¿Cómo lo lograste? Son imposibles —preguntó asombrada.

—Los vampiros tenemos un gran poder de convencimiento —explicó. —Algunos lo llaman «hipnosis».

—Oh... —las palabras se trabaron en su garganta, Minho entrecerró los ojos al notar un par de rayos solares infiltrarse por las cortinas de la ventana y se apresuró a cubrirlas por completo. Por alguna razón particular, sus ojos se dirigieron hacia las manos de Minho, notando que estaban manchadas de lo que parecía ser pintura seca de colores azules y blancos. —¿Eso es pintura?

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