. . O9 ; óleos

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El olor a óleos se disolvía con los vientos otoñales de noviembre.

La ciudad dormía. Todo estaba silencioso pero él no conseguía conciliar el sueño, y tampoco lo necesitaba, aunque hubiera deseado poder sentir la dichosa paz que hacía descansar tan profundamente a los mortales.

La luna acariciaba su piel de una manera que ya resultaba dolorosa. Amaba la luna, pero después de años siendo su única compañera, su presencia comenzaba a tornarse melancólica. Su luz blanca era un recuerdo de lo solo que estaba.

Las suaves pinceladas pintaron el lienzo blanco de una manera tan delicada como jamás se habría esperado de una criatura de la noche. De un monstruo desagradable como lo era él.

Azul, magenta, naranja, amarillo.

En medio de la mortífera noche, el vampiro pintó aquellos amaneceres de los cuales jamás sería testigo, pero que anhelaba intensamente conocer desde el fondo de su marchito e inerte corazón.

En medio de la mortífera noche, el vampiro pintó aquellos amaneceres de los cuales jamás sería testigo, pero que anhelaba intensamente conocer desde el fondo de su marchito e inerte corazón

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