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Violet entró en el apartamento con una bolsa de supermercado bien cargada y una sonrisa de oreja a oreja.

Distinguí una botella de vino tinto, dos pizzas precocinadas, lonchas de jamón y algo de queso. Su actitud lo decía todo; no venía a negociar las condiciones del contrato de alquiler ahora que estaba yo sola, ni a contarme lo mucho que habían tenido que trabajar los del seguro para reparar la puerta y las ventanas —quien dice reparar, dice poner unas nuevas—. Venía a beber, comer y charlar conmigo hasta que me saliera alguna sonrisa salida de tono, o algún comentario visionario. Entonces se marcharía, y se quedaría tranquila, pero solo hasta el día siguiente. Porque Violet era una persona encantadora y todo lo que tenía que ser una buena amiga. Ni siquiera me juzgaba por mi forma de vida, pese a lo clásica que era.

Vestía unos vaqueros rasgados, algo demasiado atrevido para ella. Llevaba un suéter de alguna película para niños y el pelo atado en un moño rápido. No se había esmerado demasiado con su apariencia porque sabía que no tenía que hacerlo, y, seamos sinceros, era extraño que Violet no tuviera que ser meticulosa con su imagen.

—¿Qué estás viendo?

Miré la pantalla de la tele, que reproducía una comedia romántica de las malas. No le había prestado la más mínima atención en la aproximadamente media hora que llevaba sentada en el sofá.

—Porno —contesté seria.

—Blasfemia —exclamó dramática.

Nos peleamos unos segundos por quién preparaba las pizzas y terminó diciéndome que si levantaba el culo del sofá, me echaría del apartamento. Desde el momento en que la última palabra salió de su boca me acomodé y procuré mantenerme muy quieta, como si pudiera levantarme sin querer. Mi pierna todavía en proceso de curación reposaba sobre la mesita de café, sobre un cojín. A mi derecha Blue, el para nada maravilloso perro de Kyomi, que nunca había tenido intención de confraternizar conmigo. El sentimiento era mutuo, aunque compartir sofá con él ahora no era tan malo.

—¿Qué has estado haciendo últimamente? —pregunté. La voz me salía en un hilo débil, un susurro mal entonado que declaraba más de lo que quería compartir.

—Ya sabes, oficina, papeles, clientes, llamadas, contratos, firmas, viajes de negocios, papeles, contratos, oficina —ahogué una risa donde normalmente me habría desternillado. Su cara era un poema.— Espero poder coger vacaciones en un par de semanas.

Y llegó el silencio. El silencio que, normalmente, estaría sustituído por un, "¿y tú?". Pero ambas sabíamos que iba a pasar mucho tiempo antes de que me hiciera esa pregunta y mucho más antes de que fuera capaz de contestarla, si es que lo era algún día.

Todavía sin pronunciar palabra, apoyada en los delirios que un personaje de la tele escupía por la boca, sacó dos copas de vino del armario y las llenó hasta la mitad. Ese día no importaba, todo daba igual. No se suponía que debiera beber alcohol con los analgésicos, pero tampoco se suponía que debiera caminar quince manzanas hasta mi casa desde el hospital, y eso no le había preocupado a nadie. A mí la que menos, claro. De todos modos, el hielo había hecho milagros. No se me había vuelto a inflamar el muslo.

Ni siquiera cuando la película se convirtió en una pausa publicitaria tuvimos agalllas para dirigirnos la palabra acerca de nada más. Nuestra relación se había basado en tener a Kyomi de por medio siempre, hasta la fecha, y aunque habíamos encontrado muchísimas cosas en común, hablar de nada sin la tercera de nosotras no tenía sentido. Nada tenía sentido.

Me terminé la primera copa de vino antes de haberme comido dos porciones de pizza. La rellené sabiendo, al menos, que nadie me juzgaba, menos allí, menos ese día.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora