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No tenía la más mínima idea de qué hora era cuando me fui a la cama, ni mucho menos al levantarme. Sabía que tenía todo el día para descansar antes de, probablemente, embarcarme en un sinfín de persecuciones y problemas, porque así era yo y no podía evitarlo. Que pasara desapercibida, me habían dicho, porque era evidente que la policía no había tenido que tratar conmigo jamás. Desapercibida no era tampoco la persona que dos días antes había salido corriendo detrás de un metamorfo de pez y se había lanzado de cabeza a un río para perseguirlo. Me había visto toda la ciudad, y me pedían discreción.

Las cortinas del salón estaban cerradas. Quería evitar la luz a toda costa en mis últimas horas de paz. Blue seguía tumbado en el sofá, levantando las orejas de vez en cuando, cotilleando mis movimientos, cerrando de nuevo los ojos. Y pese al poco cariño que le tenía al animal, a ese animal en concreto, inspeccioné su cuenco de comida para encontrarlo a medias. Estaba comiendo poco o nada, descubrí.

—¿No tienes hambre, pesadilla?

Me acerqué a él. Sus ojos se abrieron por completo, pero todo su cuerpo se mantuvo quieto como las mismísimas sombras. Llevé una mano con cuidado al espacio que le separaba los ojos y la moví hacia atrás, una y otra vez, en un intento bastante patético pero válido de ser cariñosa con él. Al fin y al cabo, nos quedaba mucho tiempo juntos, mucho tiempo solos. No creía que nos fueramos a llevar del todo bien algún día, pero al menos tenía que encargarme de cuidarlo, por Kyomi.

Le di un poco de la carne que me preparé para comer y al menos comió con normalidad. Pocas ganas, claro, tal vez no entendía por qué su dueña, su favorita, no había vuelto a casa. Yo tampoco terminaba de entenderlo. Al menos teníamos algo en común.

Mientras engullía el pollo con salsa barbacoa sonó mi teléfono repetidas veces y pensé que con la cantidad de veces que había sonado en los últimos días debería haber comprado uno nuevo un poco más tarde.

—¿Quin?

—Vamos a ir a tomar algo, ¿vienes?


Ni siquiera las gafas de sol y la camiseta sin mangas me salvaron de abanicarme con el menú que había encajado en el servilletero. La mesa era de metal y estaba caliente aunque la sombrilla parecía protegerla con eficacia. Eficacia ninguna, pensé cuando creí perder la mano al entrar en contacto con el material.

Nada se callaba a nuestro alrededor. Por algún motivo mucha gente había decidido que era buena hora para dar un paseo, y nosotros habíamos sido igual de idiotas al no esperar un par de horas más. El sol estaba a punto de bajar.

—¿Qué has hecho estos días? —preguntó Quin. Había procurado no pronunciar palabra sin un resfresco a mano que le garantizara no caer en la deshidratación si desperdiciaba saliva.

—Poca cosa, la verdad. La herida ya casi está curada, cuando se cierre del todo empezaré a salir a correr.

—No deberías empezar tan pronto —dijo Violet. Las pocas marcas de identidad que había en su aspecto, su cabello castaño cenizo con aquellas gafas de sol le daba una apariencia con que podían ser ella u otras quinientas personas en la capital—. No solo tiene que curarse superficialmente, tuviste desgarre muscular.

—Ya, bueno —sabía que llevarle la contraria era inútil. Y estúpido—. Ya veremos cómo avanza, no me voy a cansar con eso. La cuestión es que va a su debido ritmo y no puedo hacer gran cosa.

—Puedes intentar dar paseos cortos, si quieres te acompaño. Estos días no voy a poder porque tengo bastante curro, pero el martes...

Abrí la boca, inhalando el aire caliente. Vi la oportunidad perfecta para dar una explicación que, sin duda, tenía que dar.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora