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Los pasillos del hotel durante la noche eran silenciosos. No escuchaba el murmullo de las camareras de piso ni del tránsito de gente pese a que la isla aquellos días estaba hasta arriba. Sin embargo, escuché la voz de Bakugo gritar en la habitación de al lado.

Respiré hondo, controlando la presión que me oprimía el pecho desde que había visto a Shoto por la mañana. No había comido absolutamente nada, ni siquiera había conservado las fuerzas necesarias para seguir patrullando la ciudad el resto de la tarde. Justo tras salir del edificio del torneo sentí que todo mi cuerpo se había quedado sin fuerzas y que necesitaba descansar, de modo que me armé de bebidas frías y me encerré en la habitación del hotel. Me había dado ya la cuarta ducha fría del día cuando oí el grito, que, por supuesto, en un primer momento ignoré, pero conforme pasaron los segundos y escuché un segundo grito, una fuerza totalmente ajena a mi voluntad salió de la habitación, todavía con el pelo húmedo y la ropa de dormir pegada al cuerpo. Eran pantalones deportivos muy cortos y una camiseta sin mangas. Una apariencia muy informal para alguien que no conocía de nada, pero estaba completamente dispuesta. Me deslicé a la puerta de al lado, sabiendo que el grito no podía venir de otro lugar, llamé, y cuando una voz familiar contestó, me deslicé al interior poniendo los brazos en jarra.

—Agradecería que dejes de dar voces.

Bakugo me miró con el ceño fruncido. Apretó un poco los dientes y le temblaron las aletas de la nariz.

—¿Siempre eres así de irritante? —me dijo.

Me mordí la punta de la lengua durante unos segundos, mientras todas las facciones de mi rostro le amenazaban con arrancarle la yugular.

—No te lo pienso repetir —dije.

—Tienes que disculpar a Bakugo, está muy acostumbrado a gritar y nosotros a dejar que lo haga.

Un macho bastante corpulento de pelo enteramente carmesí se alzaba a mi lado, y solo entonces me percaté de su presencia. Lo miré desde abajo; todos los alumnos de la Yuei me dejaban quedar como una niña en términos de altura y empezaba a irritarme un poco.

—Gracias —ladré.

Me di la vuelta, decidida a abandonar la habitación, cuando Bakugo dijo en un tono bastante más civilizado:

—La decisión de Todoroki no es culpa mía. Tampoco de Deku.

Me detuve. No volví a girarme de inmediato, ni me quise sugestionar demasiado con el hecho de que sabía que ambos me observaban con atención. Cualquier respiración de más, cualquier cosa, podía delatar lo que no quería. También sabía que Bakugo tenía razón. Apreté los labios y me giré levemente, le miré casi por encima del hombro.

—Vosotros no me lo dijisteis.

—Teníamos que respetar a Shoto.

—Yo también merecía respeto.

—Hoffman —subió el tono—, Shoto usó su don y su cuerpo para protegerte del villano, te hizo un torniquete y dio medio litro de su sangre para que pudieran salvarte en el hospital. No sé por qué estás tan cabreada con él, pero es cosa vuestra. Deku y yo hablamos con él ayer, y no nos quiso decir nada.

No había caído en el detalle de que me habían tenido que hacer una transfusión. Y aunque hubiera caído, lo último que me esperaba era que Shoto fuera el donante.

—¿Qué me quieres decir con esto?

Bakugo apretó la mandíbula y volvió a mirar al techo, evitándome. A mi lado, el pelirrojo observaba totalmente callado.

—Lo que quiero decirte con esto es que a Deku le caes bien, y te admira un montón. No le culpes a él por esto, y tampoco me eches a mí la mierda encima. Si tienes algo que arreglar con Shoto, habla con él.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora