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Cuando desperté no sabía cuánto tiempo llevaba dormida, o inconsciente, y me molestó la frecuencia con que tenía esa sensación en los últimos días. La mayor parte de mi cuerpo tendría que haber estado destrozado, pero a juzgar por la sensación que tenía, en mi musculatura y sobre la piel, una mezcla de sanadoras y del don frío de Shoto habían acelerado mi recuperación.

La sensación era parecida a la de la resaca, sin ir más lejos. No me sentía lo suficientemente despierta ni lo suficientemente dormida. Mi piel parecía estar en otro mundo, me pesaban los párpados, tenía poca sensibilidad en las piernas. Me deslicé al baño para darme una ducha de agua fría y vestirme con cualquier cosa para ir a comer algo. Estaba a punto de caer la noche de nuevo y al día siguiente por la mañana me marcharía de vuelta a casa.

A casa, pensé. Como si aquello tuviera algo de hogar.

No logré deshacerme del aturdimiento, pero me vi capaz de salir del hotel y volver de una pieza. Caminé por los pasillos bastante menos firme de lo normal, pues estaba demasiado ocupada en tareas básicas como saber dónde estaba y cuándo tenía que girar como para revestirme de mi fachada de chica dura. Solía necesitarla, claro, mi tamaño y mi aspecto eran sinónimo de llevar un cartel en la frente para que nadie me tomara en serio, pero aquel día me daba igual. Ya había perdido un par de tacones, otra vez. No me asustaba perder otro.

El sol daba tregua a aquellas horas de la tarde. El sol anaranjado dejaba sus últimas caricias cálidas sobre el pavimento de la isla y se escondía poco a poco en el horizonte marino que, por suerte, no alcancé a ver con nitidez tras los muros de metal que delimitaban la isla. Elegí una cafetería al azar donde servían sándwiches y otros básicos que consideré oportunos para la cena y me senté.

Después de pedir y ojear mi móvil durante unos instantes, elegí un contacto que contestó al cuarto tono.

—¿Cómo va todo por allí? —pregunté.

—Bien. Blue come poco y tal, pero está bien. No se mueve del sofá —Violet sonaba cansada. Me pregunté tarde si el horario era o no el mismo.

—Volveré mañana, así que no tendrás que estar pendiente. Llegaré sobre el mediodía.

—Qué pronto. ¿Te lo has pasado bien por lo menos?

Se me dibujó una sonrisa débil. Lo último que podía decir era que hubiese sido divertido.

Y me dieron ganas de abofetearme cuando me di cuenta de que la mayor parte de los recuerdos que tenía de la isla involucraban, de un modo a otro, a Shoto Todoroki. También tuve ganas de abofetearme cuando recordé cómo, en medio de mi aturdimiento, esa misma madrugada le había sonreido como una idiota. Pero me contuve las ganas de hacerlo, pues el camarero servía mi sándwich mixto con vegetales y mi refresco en ese preciso instante en que a punto estuve de generar una situación muy incómoda. Y no, no en público. Me partiría la cara contra la cómoda al llegar al hotel si era necesario.

Recordé que tenía una pregunta que responder y carraspeé mientras me acariciaba el dedo índice y el pulgar simultáneamente en movimientos circulares.

—Sí, ha estado bien. Una experiencia nueva, sin duda.


El hotel estaba en absoluta calma. Parecía ser que a nadie se le había ocurrido hacer más que descansar ese día, no después del ataque. Nadie había dormido, todos habían sufrido sobrecargas de adrenalina y los héroes estaban molidos.

Aunque, bueno, no todos. Katsuki Bakugo y su amigo del pelo carmesí llamaron a mi puerta tres veces a media tarde y no se me ocurrió más alternativa que dejarles pasar. Me pregunté cuánto tardaría en arrepentirme mientras se acomodaban. Katsuki se sentó a los pies de mi cama y su amigo se apoyó contra la pared.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora