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La luz artificial del hotel se me hizo demasiado vacía y la habitación demasiado pequeña cuando me puse mi vestido de gala y los tacones de aguja. El vestido era sencillo, negro, sin mangas, con la falda abierta a ambos lados desde la cadera. Un movimiento torpe podía ser fatal para mi reputación de no haber enseñado nunca mi cuerpo de manera desafortunada pese a las prendas aventureras que tendía a ponerme. Nunca salvo la noche del ataque, cuando probablemente Shoto me había puesto el torniquete con medio culo al aire. Me estremecí.

El héroe no me había convencido en absoluto el día anterior. Ni siquiera estaba cerca de entrar en razón. La manera en que Bakugo me había hablado el día anterior de Shoto protegiéndome me había hecho vibrar alguna que otra fibra inesperada, había apaciguado la ira que dirigía a él por no tener a quién dirigirla todavía. Era cierto que había dado mucho más de lo que debía para salvarme la vida, pero no iba a desvivirme por averiguar la razón. De modo que la razón no importaba.

En resumen, la bestia que casi había estallado contra él estaba dormida. Podía llevar la fiesta en paz, pero no por mucho tiempo.

Me coloqué el pelo detrás de las orejas, cayendo por la espalda y dejando mis clavículas al descubierto por completo. Utilicé el espejo de la cómoda para trazar una raya felina sobre mis párpados antes de abandonar la habitación de hotel con un bolso que tendría que llevar en la mano toda la noche, cuestión que me hizo arrepentirme demasiado tarde de haberlo elegido para una misión en que literalmente lo dejaría abandonado en la primera esquina que encontrara en caso de haber un ataque.

Hice uso del ascensor. Frente a mí, el espejo me devolvió la mirada de una mujer distinta a la última vez que la había visto. Tenía la mirada encendida, encendida de rabia y sed de sangre, pero al menos estaba encendida, pensé. Mis ojos ámbar eran un poco más parecidos al oro aquella tarde, mi piel había recuperado su bronceado casi al completo, camuflando algunas de las pecas que una semana atrás habían resaltado demasiado en mi piel moribunda. Tenía que dar una visita a la peluquería, eso sí, pero estaba más viva que antes. Bueno, en realidad, solo estaba muy enfadada.

En aquella posición, sin mangas, resaltaba considerablemente mi tatuaje en blanco y negro de una mariposa. Estaba sobre mi brazo derecho desde hacía un año y no me arrepentía de nada.

Recordé las palabras de Gienna. "Desconfía más de la que está metida en la caja que de los que la metieron ahí". Sacudí la cabeza.

La puerta del ascensor se abrió, y los alumnos de la Yuei aparecieron ante mí, a lo lejos. Me estremecí sin remedio ante la imagen de Shoto embutido en un traje de gala blanco. Siempre había sido fanática de los tonos oscuros, pero ese hijo de puta podía ponerse lo que le diera la gana. Me recordé, acto seguido, que no podía tener pensamientos demasiado positivos de alguien con quien no tenía planes de simpatizar. Estaban Deku, Mineta y Denki, y las mismas chicas que habían estado en el edificio del torneo. Ninguno de ellos advirtió mi presencia, y conservé la esperanza de que no lo hicieran hasta que fuera demasiado tarde.

Cuando salí del ascensor, los sistemas de seguridad de la isla saltaron y un grupo de villanos apareció antes de que se sellaran todas las salidas.

—Todos de la Yuei —se relamió uno de ellos.

Rodé los ojos. Caminé segura sin llamar la atención por la espalda de los sujetos, todos vestidos de la misma forma, algunos con las caras tapadas.

—Perdona, todos no —dije dulce detrás de él—, en la Yuei no te enseñan a pelear con tacones.

Haciendo uso de ambas manos, desarmé al villano y lo derribé desde los tobillos. Propicié dos disparos a mi derecha y uno a mi izquierda que neutralizaron a todos. Solo quedaba uno, el que necesitaba.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora