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Lo de que se había organizado una fiesta a un par de manzanas de la Yuei iba en serio, pensé. También era cierto que el punto exacto donde se supusiera que convergía la fiesta era relativo cuando, en algún momento, se había extendido decenas de manzanas. En el suelo, en cajas de cartón de las cuales aún sobrevivían algunas intactas, había pequeños globos de pintura. Los globos estallaban contra los cuerpos y el polvo los teñía de colores vivos, todos reían aunque consideraran que habían tenido suficiente.

Miré a Shoto, divertida, pero encontré la expresión de una persona que se estaba tomando mucho más en serio sus pensamientos que yo. No podía imaginarme, ni aunque quisiera, a Shoto Todoroki librando una pelea de globos llenos de pintura. Apenas sí me lo podía imaginar en una de bolas de nieve, y eso que estaría más en su salsa.

Mucho antes de que pudiera hacer ninguna pregunta, se colocó una caja de cartón con varios globos llenos de pintura debajo del brazo y con la mano restante agarró la mía, salió corriendo en una dirección muy calculada. Trotamos entre risas por la manzana hasta que llegamos a la Yuei, a una pequeña colina que se elevaba justo detrás y por la que ascendimos sin pensar. Yo lo seguí sin decir nada, sin hacer nada más que reir al ver su imagen correr con una caja debajo del brazo, como si hubiera robado algo. Y, en realidad, pensé, no sabíamos si lo había hecho. Paradójico.

Descubrí pronto la razón por la que había elegido ese lugar. Desde lo alto de la colina, la tenue arboleda frenaba la aceleración del viento, lo convertía en una brisa que nos agitaba un poco el pelo y, si cabe, la ropa. Allá a lo lejos, miles de estallidos de pintura, luces y música eran el verdadero espectáculo. Parecía que la gente allá abajo no sabía que lo más bonito se veía de lejos. Repasé mentalmente el hecho de que llevaba una chaqueta suya y supe que no le importaba porque pocos segundos después de haber bajado la guardia un globo lleno de pintura morada impactó sobre mi brazo.

Estallé en una risa pero me negué a poner su chaqueta perdida, ni siquiera aunque él se lo estuviera buscando. Me deshice de la chaqueta y la dejé a un lado como preparándome la batalla. Ahogué un gemido cuando él se quitó la sudadera, y también la camiseta, dejando su piel desnuda tintinear con el brillo que venía de lejos. Me pregunté si aquello era una leve capa de sudor o si simplemente su piel era tan perfecta como yo pensaba.

La mirada felina que nos dedicamos, como olvidando que éramos dos personas que se deseaban con fervor, las caricias salidas de tono no tenían, de repente, nada que ver. Éramos dos niños jugando, dos adultos dispuesto a retarse el uno al otro, y me pareció tan íntimo como cualquier otra cosa. El hecho de que, por encima de todo, era mi mejor amigo.

Me abalancé sobre la caja de cartón para poner tres globos a mi disposición que poco después impactaron uno tras otro en su torso, salpicándole la cara. En el tiempo que le llevó protegerse ojos, nariz y boca, pude armarme de nuevo y atestar más golpes en sus piernas. El abuso que acababa de ejercer sobre él debieron irritarlo. Su expresión era apabullante depredadora cuando se precipitó sobre la caja de cartón para hacerse con más bolas y yo me percaté de que estaba desarmada.

Los turnos para cubrir al otro de pintura siguieron su curso, con más o menos variaciones, hasta que solo quedaban un par de globos. Fue entonces cuando comprendí que quedaran tantos después de haber empezado la fiesta; muchos menos de los que habíamos desperdiciado bastaban para aburrir a una persona, pero nosotros nos lo habíamos tomado como algo personal. La cuestión era para qué, si no llevábamos cuenta de cuántos habíamos acertado el uno en el otro, pero también era cierto, me daba igual, con tal de mantener aquella intensidad. Nuestras risas se mezclaron con la música de fondo. Risas, sí: la risa más feliz y sincera que había emitido nunca. Y su risa era como un dulce para mis oídos.

Shoto no iba tan en serio cuando dijo:

—Con el globo azul que te queda puedes pintarme el lado izquierdo, si quieres.

Yo no lo pensé lo suficiente cuando contesté.

—No me gustaría. Amo ambos lados tuyos por igual.

Me vino a la cabeza Rei Todoroki despreciando todo lo que en él representaba a su padre y me di cuenta tarde de la herida en que acababa de hurgar. Me di cuenta por cómo sus hombros descendieron y su sonrisa se apagó por completo. Sus párpados bajaron y dejó caer al suelo los pocos globos que le quedaban, salpicándose las zapatillas, los tobillos: le daba igual.

Su pecho empezó a subir y bajar con más frecuencia, pero no se movía. Estaba anclado al suelo de pronto y entendí que debía hacerlo yo. No me preocupó el cuidado o la falta de delicadeza con que dejaba los globos en el suelo al acercarme a él despacio, procurando no hacer ningún movimiento brusco. Di un paso y dos con cuidado, caminaba y le miraba tranquila.

Cuando por fin llegué a su encuentro y pude verle más de cerca sentí que me partía en dos. Se había abierto en canal para mí y se había dejado sangrar, me había contado su historia, me había dado la localización exacta de sus heridas una y otra vez sabiendo que era la persona perfecta para usarlas y romperle, pero nunca, nunca, le había visto derramar una lágrima. Pero ese día sí. Ese día una lágrima, irónicamente, resbaló por su mejilla izquierda. Me miraba con el rostro apagado, pero fijamente y a los ojos.

Me pilló de sorpresa cuando me sujetó la cara.

—¿Qué has dicho? —suplicó. Un hilo de voz rota, rota como los pedazos que se le habían removido por dentro.

—Que amo ambos lados tuyos por igual —susurré. Más lágrimas empezaron a resbalar pero yo sentí que tenía decírselo. Que tenía que obligarle a escucharlo—. El derecho, y el izquierdo. Porque a pesar de lo que ha pasado, de lo que hicieran tus padres, tú ya no los representas a ellos, Shoto. Ahora son enteramente tuyos. Y amo todo lo que representas.

Ahogó un sollozo primero; sus cejas y sus párpados se tensaban por el llanto. Un gesto de dolor que pude sentir en mi piel, en mi carne, en mis huesos. Un gesto de dolor por parte de la persona que menos dolor merecía sentir en el mundo.

Quise limpiarle las lágrimas, pero no me dejó. Porque como si todo lo que hubiera dicho tuviera una consecuencia, pegó sus labios a los míos. Un primer beso con el que había soñado pero no lo suficiente, porque todas las estrellas, y los focos, la música, los colores, el viento, el mar, los árboles, se callaron, cuando la boca de Shoto devoró la mía por primera vez, porque sentí que viajaba y veía todas las historias bellas que había soñado con ver todas las veces que pensé que quería desaparecer y convertirme en sombras.

Todo mi cuerpo se convirtió en suyo y su cuerpo también tuvo la necesidad de pegarse al mío. Colocó ambas manos en mi espalda y me apretó contra su torso, torso que yo recorría con las manos. No había suficiente piel para recorrer ni más distancia que acortar y seguíamos estando demasiado lejos. O tal vez el cosmos y todas las galaxias del mundo estallaron en mi pecho, en mi estómago, mientras la suavidad y calidez de sus labios se fundía con los míos.

Eso habíamos sido él y yo todo el tiempo y lo supe allí, besándolo con toda la dulzura y el deseo que Shoto había hecho crecer en mi interior las últimas semanas hasta cuando yo se lo ponía difícil. Todo el tiempo habíamos sido dos estrellas de neutrón, danzando y girando la una alrededor de la otra, vacilando, alargando un proceso inevitable. Habíamos dado muchas vueltas pero siempre para terminar acercándonos un poquito más. Y en aquella colina, cubiertos de pintura, la colisión había sido más de lo que mi cuerpo podía soportar.

Se me encogió el estómago, me temblaron las piernas. Asalté su cuello y lo rodeé con los brazos en un intento desesperado de aliviar la insoportablemente intensa sensación de hambre de él que sentía a cada segundo que pasaba, porque tampoco podía parar. Nariz con nariz, nuestras lenguas se mezclaron, la intensidad varió, como si tuviéramos prisa y no se pudiera dejar un solo beso para mañana.

Nos despegamos en busca de aire después de una eternidad que se me pasó demasiado rápido. No existía el tiempo ni el espacio; únicamente nos sostenía la gravedad de nuestros cuerpos atraerse el uno al otro y daba igual el contexto, el escenario con tal de no volver a separarnos nunca.

Y sin pensarlo demasiado, le dije:

—Hasta que seamos estrellas.

Sentí que fruncía el ceño. Jadeaba todavía, casi contra mis labios. Su expresión desconcertada duró poco y se notó que estaba muy seguro cuando me contestó:

—Hasta que seamos estrellas. Y si cuando lo seamos no te tengo cerca, seré fugaz para siempre hasta que vuelva a encontrarte.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora