No existía forma humana de fingir que no quería arrinconarlo en cada esquina existente. El primer día lo tuve muy, muy claro.
Habíamos pasado toda la tarde en la sala común. La mayoría revoloteaban a nuestro alrededor sabiendo que algo había sucedido por el simple hecho de que nos pasamos horas intercambiando miradas cómplices y sonrisas que brillaban un poco de más pero no nos atrevimos a acercarnos, no cuando el mínimo contacto me ponía en alto riesgo de escalofrío. No iba a poder disimular cómo mi cuerpo reaccionaba a él ni aun delante de diecinueve personas. Él leía las últimas páginas de un libro en una esquina del sofá y yo me encogía en la opuesta, con mis pies y en general todas mis extremidades ligeramente ladeadas hacia él en todo momento pero más pendiente de escuchar las conversaciones adyacentes.
Logré entablar una conversación general al final de la tarde, y justo cuando había bajado un poco la guardia, sobre las seis y media, Shoto preguntó:
—¿Cuánto lleva llegar al apartamento de Vi?
Abrí los ojos como platos. Toda la sala se había quedado callada, algunos disimulando mejor que otros su sorpresa.
—¡MIERDA! ¡Todavía tengo que ducharme y elegir la ropa!
Salí corriendo torpe y atropellada en dirección a las escaleras.
—Nos ha dicho que no vayamos arreglados.
—¡Es mentira! Se va a poner de punta en blanco, como si no la conociera.
Shoto rodó los ojos, suspirando. Cerro el libro y lo dejó de nuevo donde siempre estaba, se levantó despacio.
—No pienso ponerme un traje —escuché que decía cuando yo ya había desaparecido por las escaleras. Yo le exclamé la respuesta para cerciorarme de que me oyera.
—¡No hace falta, con la camisa del otro día está bien!
Media hora después, olía a vainilla y canela. Mis tacones y vestido negros, en conjunto con una blazer blanca fueron la elección. Porque, efectivamente, iba a ser la elección necesaria para esa noche.
El pelo me caía liso por la espalda, y el bolso, que sospechaba que Shoto iba a cargar la mitad de la noche, se componía de los colores del resto de mi ropa.
Bajé las escaleras taconeando demasiado para mi gusto hasta encontrarme a mi derecha con gran cantidad de alumnos arremolinados, entre los que se encontraba Shoto. Llevaba unos pantalones de traje que faltaban al respeto a mi estabilidad emocional, marcando sus glúteos redondeados y la musculatura de sus piernas. La camisa del otro día estaba sustituída por una algo más ancha, apoyaba su pecho corporal en una pared mientras charlaba con Tenya sobre no sé qué, y se llevaba una fresa a la boca, se encogía de hombros diciendo algo que no llegaba a escuchar.
Juré ruborizarme cuando se giró en mi dirección y, al verme, se atragantó con la fruta. Se giró para que no lo viera, pero era tarde. Todo el mundo había captado la escena. Y yo no tenía ni idea de qué hacer.
—Siento una gran y sana envidia por ti, Hoffman —dijo Kyoka.
Carraspeé antes de contestar.
—Eh... gracias, supongo, pero, ¿por qué?
Se me notaron los nervios. A lo largo de mi vida había abusado de la prepotencia por moverme en ambientes hostiles, nunca me había permitido mostrarme insegura ante absolutamente nadie, ni me había preocupado que mi soberbia molestase a los demás. Quitando el hecho de que nunca había sido lo suficientemente agradable como para recibir un comentario como ese, mi respuesta habría sido instantánea, cortante incluso. Pero allí donde tenía claro que nadie era inferior a mí y que de hecho, eran lo más parecido a un grupo de amigos, una familia de acogida que había tenido jamás, y donde quería cuidar de todos la mitad de lo que habían cuidado de mí, descubrí que era una persona mucho más insegura de lo que había querido descubrir.
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FIRELIGHT {shoto todoroki}
Fanfictw: sexo y violencia explícitos. Sage Hoffman tiene un oscuro pasado que ocultar pero muy pocas razones para seguir luchando. Cuando la policía la alerta de que los mismos villanos que orquestaron la muerte de su mejor amiga están operando en la Isl...