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Cuando me desperté, de madrugada, sabía que algo iba terriblemente mal.

Y no solo era por el hecho de que por segunda vez consecutiva me faltaba el calor de Shoto a mi espalda. Porque cabía una posibilidad de que después de estar acaramelados en el sofá las cosas se hubieran salido de tono. En la ducha. Y de vuelta en cama, cuando nos fuimos a dormir. Y cabía una posibilidad de que, de no ser por su calor corporal, nunca hubiera sido capaz de dormir desnuda.

Me di cuenta de que no estaba pero al instante sus palabras resonaron en mi interior. "No te voy a abandonar". Y había sentido que las decía de verdad, que eran palabras sinceras, que se había marchado por otra cosa. Y eran las cinco de la mañana.

Me levanté y no me molesté en ponerme ni una prenda de ropa para buscarle por toda la casa. Mi paciencia no podía, estaba demasiado preocupada para pararme a buscar unas bragas.

La ropa que antes había estado tirada en el suelo de la habitación de Kyomi no estaba. Y cuando cometí la imprudencia de comprobarlo, me di cuenta de que su traje de héroe había desaparecido.

Marqué su número varias veces pero no me cogía el teléfono. Así que hice lo único que podía hacer.

Endeavor contestó al tercer tono.

—¿Qué horas son estas de llamar, Hoffman?

—Ahórrate eso, Endeavor. ¿Está Shoto contigo?

—¿Qué? Por supuesto que no, ¿Es que no está en la residencia?

Tragué saliva, pero no tenía tiempo de inventar excusas. No en un momento así.

—No estábamos en la residencia.

El silencio al otro lado hizo que me imaginara la cara que debía tener en ese momento. De todos modos, me alegré cuando, en lugar de estallar de ira como estaba convencida de que haría, algo incómodo pero muy maduro, dijo:

—Está bien. Búscalo en la residencia, yo voy a intentar localizarle. Si lo encuentras, avísame. Si no, nos pondremos a buscar.

Asentí aunque supiera que no lo podía ver. Finalizamos la llamada, y, por primera vez en mucho tiempo, rebusqué en mi armario en busca de la ropa de combate.

Cinco minutos después estaba embutida en leotardos y camiseta interior con cascos cubriéndome las zonas vulnerables a medida. Enfundé mi revólver en su sitio al igual que el par de dagas que descansaban en el salón como parte de la decoración, aunque lo que mucha gente no sabía era que esas dagas habían tenido que pasar por un minucioso proceso de limpieza en pro de no tener que contar historias que no quería recordar.

Me ataba una coleta baja que sabía que no serviría de mucho con el cabello tan largo mientras salía del edificio, básicamente por la ventana. Me desvanecí entre las sombras, densas y fuertes aquella noche sin luna.

La residencia estaba en calma, claro. Porque pese a que una parte de mí tenía la esperanza de encontrarlo, en el fondo sabía que no estaba allí. No podría explicar por qué, tal vez una intuición de la que estaba demasiado segura.

Eso sí, desperté a todo el mundo. Kacchan el primero.

—Levanta, mequetefre.

Le hablé entre dientes. El mero hecho de llevar de nuevo mis ropas de casco me recordaba los años de entrenamiento y recuperaba aquella hostilidad que tanto me caracterizaba, la que nunca terminé de perder hasta que conocí a Shoto y que siempre seguiría latente dentro de mí, por si algún día la necesitaba. Aquel día me hacía falta. Aquel día tenía claro que volvería a ser una zorra despiadada porque por fin tenía algo por lo que luchar. Estaba preparada para las consecuencias.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora