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Shoto no exageraba con lo de arreglarme. No iba de gala como la última vez, y menos mal, porque era un ámbito que definitivamente no nos pegaba para nada, pero se había puesto unos vaqueros y una camisa que, por cierto, le sentaban de maravilla. Cogimos el transporte público sin que me diera la más mínima pista de a dónde íbamos, y no tuve suficiente para sacar conclusiones hasta que nos detuvimos en una parada de carretera, abrazada por una arboleda densa que apenas dejaba entrever lo que había detrás.

Distinguía luces a lo lejos cuando bajé. Podía ver bien, claro, las sombras eran lo mío, pero fue él quien me guió hasta un pequeño camino abaldosado que descendía por lo que tenía pinta de ser los pies de una montaña. Las agujas de mis tacones no fueron buenas amigas durante el paseo, que por lo menos, duró poco; a los diez minutos el camino se abrió y llegamos a un pequeño restaurante a pie de playa.

La terraza era espectacular, mesas de todos los tamaños a una distancia apacible las unas de las otras. Cortinas y cableados de luces led de diferentes colores se extendían entre todas las sombrillas del local y de la terraza, y al otro lado, las olas del mar emitían un sonido relajante. Como es evidente, no hubo en segundo en que me preguntara por qué había elegido ese sitio.

Dio su nombre a una camarera joven, trajeada de una forma poco convencional teniendo en cuenta el territorio arenoso sobre el que trabajaba. Pequeños pasillos adoquinados, parecidos al que nos había guiado hasta allí me salvaron de verme obligada a deshacerme de mi calzado de camino a la mesa que nos habían asignado; de lejos la más privada de todas. Shoto le dio las gracias con una sonrisa amable y ella se retiró, dejando que nos sentáramos con calma.

—No sabía que te gustaban los restaurantes pijos.

—¿Esto te parece pijo?

—Bueno, pijo no sé, pero humilde desde luego que tampoco.

—Tomo nota, la próxima vez que te pida una cita te llevaré a una hamburguesería.

El movimiento de mis brazos al acomodar mis cosas se aminoró. Él lo notó, y no demostró lo mucho que supe que se recreaba en ello. En lugar de soltar un gruñido que supe que normalmente le dedicaría, lo miré inquisitiva.

—¿Esto es una cita, Todoroki?

Sacudió un poco la cabeza. Su cabello bicolor se acomodó en su sitio ante el gesto y a mí me recorrió un escalofrío. Sujetó una botella de cristal y virtió agua primero en mi copa, después en la suya.

—Pensé que pillarías mejor las indirectas.

Me mordí el labio inferior sin perderle de vista. Sabía que estaba deseando verme irritada por el comentario, me lo imaginaba con su sonrisa picaresca y sus ojos felinos alimentándose de mi ego herido, pero no se lo permití. En su lugar, imité lo mejor que pude una de sus sonrisas, de esas que dejan todo para la imaginación, darle de su propia medicina. No se sorprendió, y yo no pretendía que lo hiciera. En su lugar, me devolvió la misma sonrisa.

—Tal vez me pregunte por qué querrías pedirme una cita. Y por qué, de hecho, planeas de antemano volver a hacerlo.

Rió para sus adentros y estableció contacto visual directo conmigo. La lucha constante por comprobar quién lograba hacer que el otro perdiera los papeles me encogió el estómago y lo disfruté en sobremanera. No quise pensar en la inmensa posibilidad de que él ganara esa lucha, claro.

—Pensé que había sido bastante claro.

—No has sido claro en absoluto.

Picoteó de la pequeña tabla de embutidos que había esperándonos sobre la mesa cuando llegamos. Sonrió mostrando los dientes mientras se acercaba a los labios un trozo de queso.

FIRELIGHT {shoto todoroki}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora