Capítulo 4

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Llegué a la una y tantas. No había nadie, ni bella. Subí a mi habitación, me cambié y dediqué el resto del día a lavar ropa.

Mientras esperaba a que la lavadora terminara, tomé asiento en una silla del comedor, subí un pie, abracé mi rodilla y recargué el mentón en ella.

En serio no me gusta estar sola.

El lunes por la mañana, Anon me comentó que habló con mi padre y que él le dijo que el bebé estaba enfermando muy seguido, por eso no puede dejarlo en estos momentos, algo que le confirmé contándole que tenía fiebre cuando los visité.

Durante las clases me quedé dormida un par de veces y Heng me tuvo que despertar, con un golpe cada vez más fuerte.

—No tenías que pellizcarme —le dije al chico mientras caminábamos hacia la librería.

—El profesor se dió cuenta de que te dormiste —repuso Nam.

Cada que me quedo dormida, si es a media clase, Heng me despierta con un golpe, en cambio, si no hay nadie, Nam me grita en el oído.

—¿Adivina qué? —habló Heng al colgarse de mi hombro —. Tu chica tiene pretendiente —cantó casi en mi oído.

—¿Mi qué?

—La Presi.

—Oye, lo que me dió fue un recibo de la librería dónde trabajo, eso fue todo —expliqué.

—¿No te has dado cuenta de que te observa durante la clase? —preguntó Nam.

—Estaba dormida —respondí.

—¿Sabes lo bueno que sería para nosotros que salgas con ella?

—¿Cómo que «para nosotros»? —le repliqué a Heng.

—Si sales con ella, es como si nosotros dos también —apuntó la otra, con seguridad.

—No sé como llegaron a eso, pero no.

—Vamos, ¿no te gusta? —Heng me dió un codazo en las costillas, posterior a descolgar su brazo de mí.

—Ni siquiera me acuerdo de su cara.

—Te paso su Instagram, para que la veas y juzgues por ti misma —Nam sacó su teléfono.

—...No hace falta —aseguré—. Tengo trabajo —los despedí ya en la puerta de la librería.

Hoy me tocó abrir, lo que significa que mi jefa vendrá por la tarde, así que no voy a poder dormirme.

Mientras hacía limpieza, recibí un texto, era el ID del perfil de la Presidenta. Le dije a Nam que no era necesario. Solo guardé mi teléfono y continúe.

Al terminar de trapear, fui a devolver todo al cuarto de descanso, volví y me senté en el gran sofá destinado para clientes que se quedan a leer. Es más cómodo que la silla o el cuarto, solo que está a la vista, justo frente a la puerta, y nadie debe verme aquí.

Me estiré y justo escuché la campana de la puerta, por lo que me levanté enseguida.

—Buenas tardes —saludó una voz femenina.

—¿En qué le puedo ayudar? —pregunté camino al mostrador.

—Suenas como una grabadora —al escuchar eso, me detuve y volteé a ver a la persona. Es una chica.

—...¿A qué se refiere?

Ladeó la cabeza y sonrió.

—Me intentaste robar treinta pesos, ¿y no te acuerdas de mi?

En el vino y el café /FREENBECKY/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora