Capítulo 19

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El martes, al salir del instituto, iba caminando con Rebecca de la mano viendo mi teléfono porque me llegó una notificación de un empleo libre. Es en una cafetería poco conocida. Sería casi lo mismo que la librería.

Apretó mi mano y la miré.

—Hay unos chicos al otro lado de la calle —masculló.

Los ví de reojo. Si bien no los conozco, están mirándonos a nosotras. Guardé mi teléfono, levanté la mano con la que tenía sujeta a Rebecca y le dí un beso en el dorso.

Sentí que tembló al instante, y ni hablar de su rostro.

Puso la mano libre sobre sus labios, con la cabeza agachada.

Seguimos caminando hasta la esquina correspondiente, dónde me soltó y yo de ella.

—Nos vemos —susurró antes de retirarse.

Viéndola irse, pensé en que algún día se va a desmayar de la vergüenza.

Avancé hasta la librería, la cual estaba cerrada, así que saqué las llaves para retirar el candado de la puerta...

—¡¿Disculpa?!

Debo admitir que el grito que me provocó el susto de que me hablaran así, en ese tono y además tocaran mi hombro, fue exagerado.

—¡Mierda! —recargué una mano en la puerta, me incliné y puse una mano en mi corazón.

—Perdón, no quería...

Extendí una mano al presentir que se acercaban a ayudarme, cuando lo que necesito es espacio y respirar.

Hice varias inhalaciones hasta que recuperé el aliento, dejé de sentir escalofríos y los latidos de mi corazón se nivelaron.

Antes de que me agachara a recoger las llaves que dejé caer, el sujeto me las ofreció. Las tomé de su mano.

—Perdón, me asustó —dije.

—No, discúlpame tu a mí —No sé si se está burlando o es nerviosismo—. Estoy buscando a Mali, vine hace unos días.

—... —lo miré —. ¿Es aquél del correo?

—Si.

—Hubo algún problema?

—No, ninguno, ella me citó, pero no me dijo a qué hora.

—... Así es ella —terminé de abrir, entré y sostuve la puerta para que él también ingresara. Lo hizo—. No sé a qué hora va a venir, ¿quiere que la llame?

—Sería muy amable de tu parte.

—Claro, puedes tomar asiento, ahora vuelvo —indiqué y me dirigí al cuarto de descanso a dejar mis cosas, así como hacer la llamada.

Cerré la puerta y marqué el contacto de la jefa, sobrenombre con la que la tengo registrada. Esperé en la línea durante un momento hasta que me atendió.

¿Que pasó?

—Vino un sujeto a verla —me quité la chaqueta —, que usted lo citó pero que no le dijo a qué hora.

¡Demonios! Lo olvidé. Entrtenlo, llegaré en treinta minutos.

—... —guardé la prenda en el casillero y cerré —. Está bien.

Colgué, luego volví a salir, esperando que siguiera ahí o me metería en problemas con mi jefa. Por suerte, el caballero estaba de pie, curiosando en un estante de libros.

La verdad es que no hay mucho donde sentarse, más que en la silla detrás de la larga mesa destinada para el autor o las mesas al fondo de la zona de estudio.

En el vino y el café /FREENBECKY/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora