INTERLUDIO V. DESTINO VELADO. UN MILENIO DE MENTIRAS

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El rey llegó a sus habitaciones con un semblante oscuro. Bam, quien yacía sentada leyendo, se puso de pie con dificultad y reverenció en saludo.

—Bienvenido, majestad. Veo que no debería preguntar si todo está bien... ¿Quieres hablar? —el rey se sentó dónde Bam le indicó y suspiró. —¿Que sucedió?

—Necesito ausentarme unas semanas.

Bam se había acostumbrado a la ausencia continua del rey y solo lo veía en la noche o las fechas especiales, dónde pasarían todo el día juntos, pero no se había ausentado hacía unos años por tanto tiempo, así que la noticia no fue alentadora en lo absoluto.

—Está bien. ¿Cuando?

Jahad la llamó a su regazo, pero Bam eligió sentarse a su lado, así que Jahad acarició su espalda, sabiendo que la tristeza comenzaba a abrumarla. Su condición física tampoco era buena, pero era tan terca.

—En dos semanas.

—Oh... Creo que está bien, ¿necesita algo de mí? —Jahad negó. —Prometo cuidarme bien, que esta no sea otra desgracia.

—Oh Bam... —sin pedir permiso, Jahad la tomó en sus brazos, el pequeño intruso todavía en el vientre de su madre se interpuso entre ambos. —¿No hemos sufrido lo suficiente?

Avergonzada por su terquedad, Bam bajó la cabeza. —Es la última vez, si falla... Si falla... —la reina no se atrevió a decirlo, no podía, tenía miedo de que se hiciera real, sus pesadillas le recordaban por años su inutilidad para dar vida.

—Está bien, no te presiones. Tu deber ahora es estar en calma y sana. No pienses en el pasado porque no volverá, vive ahora y el mañana tampoco importa.

—Gracias.

El rey apreciaba a su reina, quería conservarla tanto tiempo, en el mejor estado posible, el pasado no importaba, el futuro era fijo, no tenía que mortificarse por ello, únicamente importaba ese momento, solo ese instante.

.

Cuando el rey partió, Bam no pudo despedirlo, su estado de salud había estado muy deteriorado por su embarazo, así que, a pesar de que fingió estar bien cuando él fue a despedirse a su habitación y haber aparentado obediencia a la recomendación de que debía descansar y no preocuparse por despedirlo, la realidad era otra muy diferente, el dolor le estaba corroyendo los huesos y la carne. En cuanto su esposo se fue, con el sudor perlando su frente y espalda, se aferró a las sábanas mientras se mordía por el dolor casi intolerable, y nadie podía hacer nada, era un proceso inevitable al que la reina se sometía voluntariamente por el deseo de dar un obsequio de si misma al rey.

Cómo la reina, le era imposible rendirse. Si el rey no estaba presente, tenía que ser fuerte por él y por el bebé que esperaba. Ese dolor, no se comparaba con la alegría que ambos sentirían si nacía sano, si vivía, todo valdría la pena.

—Su alteza, en verdad debimos haberle dicho a su majestad que se encontraba en un estado muy delicado. —su criada personal parecía afanada con solo verla. —¿No sería mejor llamarlo?

—Tengo que ser fuerte. Así es como debe ser. Su majestad debe atender las cosas del exterior, yo tengo que cuidar a su hijo.

Con un suspiro pesado por la preocupación, su criada dejó de insistir y comenzó a preparar un té que le provocaría sueño, ser anestesiada era la única manera de hacer cesar el dolor por unas horas. Estaba próxima a dar a luz, esperaba con desespero que el rey volviera antes de ese tiempo, lo necesitaba a su lado, tenía miedo y necesitaba sus brazos para refugiarse cuando el príncipe naciera, porque ese debía nacer, era su última oportunidad, debía lograrlo.

TOG: LA REINA DE JAHADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora