Heather
Todos se volvieron hacia el extremo opuesto, alineándose en un círculo amplio que parecía agrandar aún más el vacío que reinaba entre nosotros. El silencio se había vuelto espeso, casi palpable, tensando el aire como una cuerda a punto de romperse. Uno a uno, comenzaron a quitarse los zapatos, y yo, sin dudar, los imité, sintiendo la frialdad de la tierra bajo mis pies desnudos. Aún no habíamos cruzado las puertas del castillo; lo que nos esperaba dentro prometía ser más perturbador que cualquier visión presenciada hasta entonces. Ahora, no había duda: la sustancia que rezumaba de las flores no era otra cosa que sangre. Sentía como si la oscuridad misma de este lugar me envolviera, haciéndome parte de su maldad. Debía de ser la figura más provocadora en este círculo, con mi cuerpo completamente cubierto en sangre, como un aperitivo macabro antes del festín principal.
— Vamos a ver si me dices lo mismo en un rato, pequeña. —Habló el pelinegro con una calma inquietante, su voz resonando como un eco oscuro detrás de la rubia que permanecía junto a mí.
—¿De qué habla? —pregunté, mi voz temblando a pesar de mis intentos por mantener la calma— ¿Qué va a suceder?
Mis palabras se perdieron en el silencio, chocando contra la indiferencia del pelinegro, que ni siquiera se molestó en mirarme. Sentí cómo la incertidumbre me devoraba desde dentro, cada segundo de silencio era una eternidad. La rubia a mi lado se mantuvo inmóvil, su respiración apenas audible, al igual que yo parecía perdida. Mientras todos se apresuraban a prepararse para lo que estaba por suceder, mis ojos vagaron por el círculo, buscando respuestas que no llegaban. Fue entonces cuando los vi: los chicos de uniformes rojos al otro extremo. Sus miradas me atraparon, fijas y penetrantes, y una sonrisa torcida se dibujó en sus rostros, una sonrisa que pareció arrancarme el aire de los pulmones. Cada fibra de mi ser se erizó bajo el peso de esa expresión maliciosa, un gesto que desnudaba una crueldad que no lograba comprender. Nunca, en toda mi vida, había sido testigo de algo semejante. No conocía las reglas de este juego, no sabía en qué terreno me encontraba, y esa ignorancia me volvía aún más vulnerable... más débil. Estaba a merced de lo que viniera.
― Fíjate en tu corbata ―dijo de repente la chica con la que había chocado antes, apareciendo a mi lado como si hubiera surgido de las sombras. Su voz, cargada de urgencia, me sacudió de golpe.
Parpadeé, confundida, y mis manos se movieron instintivamente hacia mi cuello. La corbata, que hasta entonces no había notado, colgaba torcida y manchada. No recordaba haberla llevado antes, pero ahí estaba, como una sutil señal que todos, menos yo, parecían comprender. Mi respiración se aceleró mientras el peso de la situación se hacía cada vez más opresora.
― ¿Qué tiene? ―pregunté, con la voz entrecortada, mientras un nudo de ansiedad se formaba en mi estómago. Mis manos temblaban al sostener la corbata, como si aquel simple objeto cargara un peso invisible que me asfixiaba.
― Van a ir por ella. Todos están buscando un oponente, al más débil, al tonto, al que se ve nervioso. Una presa fácil. ―explicó, su tono sombrío resonó en mis oídos.
Sentía las miradas de todos clavarse en mí, como si cada persona en ese círculo estuviera analizando mis movimientos, esperando que flaqueara.
― ¿Qué tiene que ver la corbata con eso? ―demandé, buscando respuestas más claras.
La chica suspiró, y sus ojos se encontraron con los míos.
― ¿Ves los pañuelos rojos? ―preguntó, su mirada fija en los retazos de tela que ahora parecían mucho más peligrosos de lo que nunca hubiera imaginado. Asentí lentamente, mis ojos recorriendo cada uno de ellos, colgados como insignias de guerra.
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Triveria
FantasyEn un rincón remoto y sombrío del mundo, donde la sombra de la tiranía envolvía al reino de Triveria, cada cien años tenía lugar un brutal evento conocido como los **Juegos de las Sombras**. Este macabro espectáculo, concebido como un tributo al rég...