Capítulo 3

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Heather

Me encontraba sentada en un rincón, intentando asimilar lo que había pasado, mientras limpiaba la sangre de mi cara. A mi alrededor, los demás actuaban como si todo aquello fuera parte de su rutina, indiferentes al horror que acabábamos de presenciar. Me preguntaba si acaso estaba exagerando, si todo lo que sentía no era más que debilidad. Miré el pañuelo que había conseguido en el último momento, gracias a la ayuda inesperada de alguien cuyo rostro ni siquiera recordaba. Sin embargo, una voz crítica en mi interior comenzó a cuestionar: *¿realmente merecía estar aquí?*. Había sobrevivido, sí, pero ¿a qué costo?. Mis manos apretaron el pañuelo con rabia, como si al hacerlo pudiera borrar esa sensación de impotencia que me invadía. Me di cuenta de que, para seguir adelante, no bastaba con estar viva. Tendría que cambiar, tendría que endurecerme... o no duraría mucho más en este lugar.

Me estaba comportando como una perdedora.

— No lo diría tanto como una perdedora. —dijo una voz a mi lado, interrumpiendo mis pensamientos. Me volví para encontrar a un chico que me ofrecía un pañuelo. Su expresión era neutra, casi desinteresada, como si lo que acababa de pasar no fuera más que una escena trivial en su vida.

Miré el pañuelo en su mano, y, para ser sincera, no creía que serviría de mucho. Ya tenía uno, y aunque ese gesto parecía amable, en este lugar nada lo era en realidad.

— ¿Para qué? —pregunté, mi voz apenas un murmullo— ¿Crees que esto va a hacer alguna diferencia?

El chico soltó una risa breve, pero sin alegría.

— Nada hace la diferencia aquí, al menos no de la forma que piensas. Pero tal vez te ayude a sentir que tienes el control, aunque sea por un rato. —Su mirada se fijó en la puerta gigante de Triveria— A veces, fingir que eres fuerte es lo único que te queda.

Me quedé desconcertada al escuchar sus palabras, como si hubiera penetrado en mi mente y descifrado lo que ni yo misma había sido capaz de entender. Había algo en su tono, en la indiferencia calculada con la que hablaba, que me perturbaba.

— ¿Fingir? —repetí en voz baja, como si probar la palabra me permitiera comprender mejor lo que estaba pasando.

Él asintió lentamente.

— Todos lo hacen. Algunos son mejores que otros, pero al final, lo que cuenta aquí es sobrevivir lo suficiente para que el juego deje de parecer un juego. —Giró hacia mí con una sonrisa que no llegó a sus ojos— Te sorprendería lo bien que funciona engañarte a ti misma.

Dude.

— Soy Diggory Roux, descendiente de la ilustre dinastía de los Cuervos —proclamó con orgullo, su tono impregnado de superioridad. Su mirada recorrió el área, buscando otros chicos con el mismo uniforme azul oscuro, como si quisiera asegurarse de que todos supieran exactamente quién era y lo que representaba.

— Somos la élite de la inteligencia, la estrategia y la meticulosidad —continuó, con una sonrisa que parecía decir que ya no necesitaba probar nada— En resumen, somos simplemente asombrosos.

— Si lo que dices es verdad, no necesitas presumirlo —repliqué, manteniendo la mirada, sin querer darle la satisfacción de ver alguna duda en mí.

Diggory soltó una risa breve, pero afilada.

— Es más divertido cuando lo sabes y lo dices —respondió con desparpajo— A veces, la arrogancia es simplemente un reconocimiento público de lo que los demás temen admitir.

Tal vez, como todos aquí, Diggory también fingía.

Yo diría que es bastante fanfarrón.

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