El vigilante
Estaba frente a una puerta que parecía tan imponente como el destino que me aguardaba al otro lado, su marco tallado con un detalle minucioso que evocaba grandeza. No había visto a Russell desde la noche anterior, y la incertidumbre sobre su paradero me dejaba una inquietud que no podía sacudirme de encima. Las demás parejas permanecían incompletas, cada una posicionada frente a sus respectivas puertas, sus vestimentas cuidadosamente elegidas para reflejar el símbolo que adornaba la entrada que les correspondía. Inevitablemente, a mí me había tocado el Joker. Irónico y cruel, pensé, mientras miraba mi reflejo en la superficie pulida de la puerta.
El Joker. El comodín en el juego, la carta que podía ser todo o nada, la que no encajaba en ningún esquema convencional y, por tanto, podía cambiar el curso de las cosas a su favor o arruinarlo todo con una sola jugada. Me encontré apretando los labios, una expresión de desafío dibujándose en mi rostro. Si este era el rol que me había tocado, entonces me aseguraría de ser el Joker más impredecible de todos, de no dejar que nadie —ni siquiera Russell— definiera mi fortuna.
Una última vez, respiré hondo y alcé la cabeza.
La imagen que reflejaba era una paradoja viviente. Mi rostro, dividido en dos tonos tan opuestos, hablaba de dualidad: el turquesa vibrante irradiaba una energía desafiante y viva, mientras que el rosa pálido evocaba una vulnerabilidad sutil, una delicadeza que quizás no debía pertenecer a alguien que se adentraba en este juego donde la vida era efímera. Los trazos que dibujaban una sonrisa perpetua sobre mis labios se sentían como una ironía cruel, una máscara que ocultaba la incertidumbre y el miedo que amenazaban con desbordarse. Debía reír ante lo absurdo, representar un papel sin importar el precio. Las lágrimas pintadas que caían de mis ojos eran un recordatorio de que, aunque mi rostro pretendía una alegría forzada, el dolor estaba siempre presente, siempre dispuesto a derramarse. El pequeño corazón dibujado entre mis cejas, en cambio, parecía añadir un toque caprichoso, como si el artista hubiera querido burlarse de mi humanidad, decorándome con símbolos de amor y esperanza que nada tenían que ver con la realidad que enfrentaba.
Lo odiaba.
El corsé ajustado comprimía mi torso con una firmeza casi insoportable, impidiendo que tomara un respiro profundo y obligándome a adoptar una postura rígida, casi antinatural. Mi vestido era una obra grotesca, salido de un carnaval, donde el espectáculo y la decadencia se entrelazaban. Los volantes y los colores saturados parecían burlarse de la situación; era como si alguien hubiera decidido que, si íbamos a enfrentarnos al peligro, al menos deberíamos hacerlo con un toque de teatralidad absurda.
Mi cabello, recogido en un moño alto del cual caían rizos sueltos, enmarcaba mi rostro con una delicadeza engañosa. Esos rizos, tan suaves y frágiles, contrastaban con la rigidez del corsé y la severidad del maquillaje, y me daban una apariencia de inocencia que ya no poseía.
— Heather McConaughey —la voz de Diggory se deslizó por el aire con una mezcla de burla y veneno mientras se tomaba el tiempo de acercarse, con la clara intención de molestarme— ¿Qué se siente ser una buena para nada? —continuó con una sonrisa arrogante— ¿Acaso tus padres te enseñaron eso? Ir por la vida robando los objetos preciados de los demás.
Me reí, una carcajada suave pero cargada de malicia, al ver la desesperación en su rostro. Sabía perfectamente que lo había fastidiado. Su frustración era evidente, y la sensación de poder que eso me daba era casi intoxicante.
Diggory odiaba estar en esta posición, atrapado conmigo de este lado del juego, y la realidad de que ya no tenía el control lo carcomía por dentro.
— Oh, Diggory —le dije, con una sonrisa burlona—, parece que el destino no estuvo de tu lado esta vez. ¿Qué se siente saber que el juego te salió mal?
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Triveria
FantasyEn un rincón remoto y sombrío del mundo, donde la sombra de la tiranía envolvía al reino de Triveria, cada cien años tenía lugar un brutal evento conocido como los **Juegos de las Sombras**. Este macabro espectáculo, concebido como un tributo al rég...