Capítulo 11

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Heather

El viento soplaba con furia, arrasando con lo poco que quedaba en pie. Parecía como si el propio mundo estuviera desmoronándose ante mis ojos. Frente a mí, un siniestro espectáculo se desarrollaba: los estudiantes danzaban en un frenesí agónico, sus cuerpos envueltos en llamas que lamían sus ropas y piel, consumiéndolos.

Era como si el aire mismo hubiera decidido incendiar sus almas.

Mi mente se aferraba a un solo pensamiento: encontrar a Russell. Necesitaba verlo, necesitaba confirmar que él también estaba atrapado en este infierno. O, al menos, que no lo estuviera, porque incluso en medio de mi odio hacia él, la indecisión de su destino solo avivaba más mi necesidad de encontrarlo.

Entre los gritos y el sonido del viento, traté de enfocar mi vista, buscando aquel cabello rubio característico entre las figuras danzantes. Sin embargo, lo único que encontraba eran cuerpos envueltos en llamas, sus rostros ya irreconocibles, consumidos por el calor y la agonía.

Y entonces lo vi, o al menos creí haberlo visto. Un destello rubio entre las llamas, una figura que se movía con una familiaridad inquietante. Mi corazón dio un vuelco, y sin pensarlo, me lancé hacia esa dirección, ignorando el dolor en mis piernas y el miedo que me invadía. No sabía si lo que veía era real, pero no podía dejar que el fuego me arrebatara esa última posibilidad.

— ¡Russell! —grité, aunque mi voz se perdió entre los gritos y el rugido del viento.

Incluso las victorias más amargas venían con un precio elevado.

Mi cuerpo se congeló en el acto. La escena que se desplegaba frente a mí era una pesadilla hecha realidad, y el aire a mi alrededor pareció volverse más denso, más irrespirable. Entre el caos, el fuego y los gritos, una figura oscura emergía como una tiniebla infernal, cubierta con una capucha que ocultaba su rostro. Lo único que destacaba era el brillo metálico de la motosierra que llevaba en sus manos, balanceándose al ritmo de un silbido calmado y perturbador.

Ese sonido, agudo y casi inocente, contrastaba horriblemente con la brutalidad de sus acciones. La motosierra rugía con cada movimiento que hacía, y el aire se llenaba con el sonido inconfundible del acero cortando carne. Mutilaba con una precisión sádica, hiriendo lo suficiente para prolongar el sufrimiento sin acabar del todo con sus víctimas. Los gritos de los que caían ante él llenaban el aire, suplicando por un final rápido que nunca llegaba.

Mis pies retrocedieron instintivamente, el miedo dictando mis movimientos. No podía apartar la vista de esa figura monstruosa, su tamaño imponente y el aura de muerte que lo rodeaba. Medía al menos dos metros, una torre de oscuridad que se deleitaba en el dolor ajeno. Mis piernas temblaban, mis manos sudaban, y el frío que antes me había invadido ahora parecía haber sido reemplazado por un calor sofocante, como si el fuego a nuestro alrededor hubiera empezado a quemar desde dentro.

Por un momento, su mirada pareció pasar de largo, ignorando mi presencia, como si no fuera más que una sombra entre las llamas. Y por primera vez, agradecí no haber captado su atención.

Lo último que deseaba era que nuestros ojos se encontraran.

El simple pensamiento de atraer su interés me llenaba de una fría desesperación. Sabía que si eso sucedía, mi destino no sería diferente al de los otros; sería un entretenimiento más en su grotesco juego.

Retrocedí otro paso, mis pies resbalando ligeramente sobre el suelo ennegrecido. Debía salir de allí, debía alejarme de él antes de que sus ojos vacíos y crueles se fijaran en mí. Pero a cada paso que daba, el suelo parecía hacerse más inestable, el caos a mi alrededor más insoportable. 

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