Capítulo 6

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Heather



— No puedes quedarte aquí, especialmente cuando todos están esperando verte.

Sentía que, si lo hacía, recibiría exactamente lo contrario de lo que esperaba.

Beatrice vestía un delicado vestido de novia, sencillo pero cargado de una elegancia que parecía atravesar las barreras del tiempo. El diseño victoriano del atuendo evocaba épocas remotas, como si ella hubiera sido arrancada de un siglo pasado y traída a este instante de manera casi irónica. El encaje sutil que adornaba las mangas y el cuello se desplegaba como una red de antiguas memorias tejidas con un propósito que no lograba comprender. Según ellos, la ocasión merecía celebración, como si el mero hecho de seguir respirando en este mundo fuera motivo suficiente para levantar copas y compartir sonrisas. Sin embargo, a mí todo aquello se me antojaba absurdo, una obra de teatro en la que los actores seguían un guion vacío, carente de sentido real. La idea de bajar y sumergirme en ese falso ambiente festivo me resultaba casi insoportable. Sabía que tendría que enfundarme una máscara de empatía, una que imitara una emoción que no sentía en lo más mínimo. Mis gestos serían calculados, mis palabras medidas, pero por dentro, todo seguía siendo un desierto árido y ajeno a la efímera alegría que ellos trataban de imponer.

— No tengo ropa como la tuya... y, además, no me atrevería a usar algo así.

Beatrice hizo una leve mueca mientras sus ojos me recorrían de pies a cabeza, con una mirada incisiva que parecía analizar cada detalle, buscando en mí algún indicio, alguna pista oculta bajo la superficie. No era difícil imaginar que, en su mente, ya estuviera ideando más de tres atuendos que querría que llevara, esbozando combinaciones de ropa con la misma naturalidad con la que otros esbozan pensamientos. Sabía bien cómo moldear las apariencias a su antojo, cómo hacer que cada detalle hablara en su favor. Sin embargo, en ese momento, lo único que me importaba era desaparecer de la vista de unas cuantas personas en particular, evitar aquellas miradas inquisitivas que podrían leerme con demasiada facilidad. El solo pensamiento de cruzarme con ellas me revolvía el estómago, como si sus ojos pudieran atravesar la máscara que estaba a punto de colocarme. Beatrice, seguramente, ya lo sabía.

Meghan, por su parte, parecía decidida a ignorarme, incluso cuando nuestras miradas se cruzaron; su indiferencia fue tan evidente que casi parecía premeditada.

— Voy a intentar curar esa fea herida en tu brazo, ¿de acuerdo?

Su magia no surtió efecto en mí, tal como lo había anticipado. Después de todo, Russell tenía razón. Al final, terminé firmando un contrato de muerte por adelantado, aunque jamás lo habría hecho si él no hubiera sido tan cruel conmigo.

— Eso nunca me había pasado antes.

Los "nunca" a veces suceden.  

Eso me pareció gracioso.

Sus intenciones eran evidentes, tan claras como el brillo en sus ojos mientras me observaba, pero yo no tenía ningún interés en destacar demasiado. Prefería mantenerme en el equilibrio entre la discreción y la elegancia, sin robar más atención de la necesaria. Por eso, elegí un vestido de seda rojo, llamativo pero no estridente, con un aire pomposo que llegaba hasta las rodillas. El contraste me hizo sonreír para mis adentros: por un lado, la suavidad delicada de la tela que fluía con cada movimiento, y por otro, la pequeña armadura de metal que se ajustaba firmemente sobre el vestido, como si hubiera sido diseñada para prepararme para una guerra.

Pero, en cierto modo, así era como me sentía, lista para una guerra silenciosa, en la que las armas eran miradas y las palabras afiladas.

— Te ves encantadora, Heather.

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