Capítulo 7

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Heather

Nos habíamos prometido no sellar ningún acuerdo, no dejar que la superficialidad de un pacto nos atara más allá de lo necesario. No había espacio para la empatía, ni siquiera un indicio que pudiera suavizar el terreno entre nosotros. El bullicio a nuestro alrededor, las risas y los murmullos, se sentían distantes, irrelevantes, como si cada nota de la música fuera una mentira delicada, un dulce engaño diseñado para ocultar la verdadera naturaleza de nuestra interacción. Mis ojos se posaron sobre el joven que tenía frente a mí. Impecable en su apariencia, cada detalle de su vestimenta hablaba de cuidado y de un propósito calculado. Pero más allá de su fachada, podía ver claramente la ambición que ardía en él, como un fuego que lo consumía desde adentro. Él era alguien dispuesto a tomar, a reclamar lo que consideraba suyo sin vacilaciones ni escrúpulos.

Y así, permanecimos frente a frente, dos figuras que encarnaban fuerzas opuestas: él, la ambición fría y calculadora; yo, la resistencia suave pero persistente. Entre nosotros, un abismo hecho de promesas no pronunciadas y pactos no sellados, una distancia que, por más que la música intentara disfrazar, no se podía acortar.

— Decidiste aceptar mi oferta. 

El pasillo se encontraba envuelto en sombras, un escenario perfecto para alguien que detestaba ser el centro de atención. Sin embargo, resultaba irónico, ya que él era una persona imposible de ignorar. Su presencia inundaba el lugar, dominando cada rincón con una autoridad que no dejaba espacio para el error. Y, a pesar de todo, fue a mí a quien eligió.

— No tuve elección. Pareces ser mucho más competente que la persona que me asignaron. —dijo con una voz cargada de una extraña mezcla de resignación y pragmatismo. Sus manos no dejaban de moverse, inquietas, como si las palabras no fueran suficientes para expresar la tensión que latía en su interior— No necesito a alguien que solo busca llamar la atención, persiguiendo chicos como si ese fuera el único objetivo de su vida.

La amargura en su tono era inconfundible, y sus palabras cortaban el aire como si intentaran deshacerse de la frustración acumulada. Lo miré con atención, tratando de descifrar si había algo más allá de la simple molestia, si había alguna grieta en su armadura donde pudiera vislumbrar una razón más profunda para su irritación. Pero antes de que pudiera pensar en responder, él prosiguió.

— Y, por lo que veo, tú tienes la disposición de hacer lo que sea necesario para sobrevivir.

Aceptar esa realidad significaba más que simplemente adaptarse; era, en cierta medida, renunciar a partes de uno mismo.

Descubrió entre sus manos una daga singular, una pieza que inmediatamente llamó mi atención. La empuñadura estaba decorada con un grabado de un dragón, cuyos intrincados detalles parecían casi cobrar vida bajo la luz vacilante del pasillo. El acero brillaba con un resplandor tenue, como si guardara un secreto antiguo en su filo. Junto a la daga, un libro grueso y voluminoso descansaba, su encuadernación de cuero desgastada, llena de marcas y cicatrices que sugerían años de uso. Me extendió ambos objetos con un gesto seco, una especie de urgencia en su manera de ofrecérmelos, como si no hubiera tiempo para explicaciones o palabras innecesarias.

A pesar de la distancia que había creado entre nosotros, comprendí que, en el fondo, su intención era ayudarme. La daga no era solo un arma, sino una herramienta para defenderme, para recordarme que debía mantenerme alerta. El libro, en cambio, representaba conocimiento, y en este lugar, el conocimiento era poder.

Pero la realidad me susurraba al oído que era una estúpida.

— Necesito que aprendas todo lo que puedas sobre Triveria y los juegos.

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