Capítulo 5

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Heather

Bastó una única mirada para que el silencio reinara absoluto en la entrada, sofocando cualquier atisbo de queja o resistencia. Caminamos como si no hubiera ocurrido absolutamente nada, como si estuviéramos volviendo a casa. Pero la verdad era mucho más cruel: no estábamos regresando a casa, sino que éramos arrastrados de nuevo al infierno del que nunca logramos escapar del todo.

Él tenia poder de sobra; la cuestión era cómo hacer que estuviera dispuesto a compartirlo conmigo.

Guardé silencio al verlo con mayor diligencia, como si las palabras hubieran quedado atrapadas en mi garganta.

Su camisa estaba desgarrada en la manga, dejando al descubierto una herida profunda de la que la sangre brotaba con lentitud, trazando un rastro carmesí hasta su mano. A pesar de la gravedad del corte, no había pronunciado ni una sola palabra de queja. Él era de ese tipo de personas, aquellas que levantan murallas impenetrables a su alrededor, impidiendo que cualquiera se acerque demasiado a su vida o a sus emociones.

— Quería agradecerte por lo que hiciste por mí. —Las palabras se me atoraban en la garganta; siempre me ha resultado difícil admitir mis propios errores— Y también, disculparme por lo testaruda que he sido. No es fácil para mí aceptar cuando me equivoco, pero creo que esta vez no me queda más remedio.

— No lo hice por ti.

Sí, ya lo sé. Pero eso no lo hace menos importante.

El suelo bajo nuestros pies comenzó a temblar con una violencia inconmensurable, como si las entrañas mismas de la tierra se desgarraran en un cataclismo imparable. Cada objeto a nuestro alrededor vibraba al unísono con una energía más allá de lo comprensible, mientras gritos desgarradores se filtraban desde las profundidades detrás de los murales que estábamos a punto de cruzar. Las puertas se abrieron con un estruendo que me dejó paralizada, el aire se quedó atrapado en mi pecho al presenciar la escena aterradora que se desplegaba ante mis ojos. Tres gigantes colosales, de aspecto tanto enigmático como aterrador, se movían con una furia descontrolada, destruyendo todo a su paso y sumiendo el lugar en una carnicería que parecía sacada de las peores pesadillas. El espacio, que alguna vez fue un refugio, se había transformado en un océano de sangre. Frente a mí, dos fosas colosales se abrían como bocas hambrientas, tan profundas y empinadas que escapar de ellas sería impensable para alguien como yo, una simple mortal.

— Tenemos que regresar —susurré con urgencia, aferrando su antebrazo con fuerza para obligarlo a mirarme— Es una locura pensar que podríamos sobrevivir a eso.

Su mirada descendió lentamente hasta el punto exacto donde mi mano rozaba su antebrazo, como si aquel contacto fuera algo inesperado.

— En el instante en que cruces el umbral de esta habitación, tu corazón se detendrá y explotará —cuestiono— ¿Realmente crees que eso es mejor que intentarlo?

Suspiró, agobiado.

— Dijeron que no iban a poner este juego.

Mi mente corría a mil por hora, y mi rostro había palidecido por completo, mientras me debatía en un ataque de pánico que permanecía oculto a los ojos de los demás. Cada vez que parecía que una pesadilla estaba a punto de desvanecerse, otra surgía de las sombras.

— No puedes dejarme —fue lo único que se me ocurrió decir en ese instante.

Su postura se transformó, revelando una actitud egoísta, como si la situación no tuviera ninguna importancia para él.

— ¿Tú estas ordenándome a mi?

Parecía disfrutarlo.

No, no podía doblegarme ante su mirada amenazante. Estaba convencida de que, si quería sobrevivir a esto, solo necesitaba jugar bien mis cartas. En ese momento, todo lo que podía ver con claridad era el As en mi mano; él era la pieza clave de esta intrincada jugada maestra, el elemento que podría cambiar el rumbo de todo.

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