Capítulo 12

5 0 0
                                    



Heather

El hielo bajo mis dedos parecía burlarse de mí, deslizándose cada vez que intentaba aferrarme con más fuerza. Mi cuerpo temblaba sin control, los labios azules, las uñas quebradizas clavándose en el frío traicionero que se reía de mis esfuerzos. Cada respiración era un aliento frágil, y el agua que me rodeaba se sentía como una cárcel, susurrando que no habría escapatoria esta vez.

Podía ver a los demás participantes cruzando el umbral, cargando con ellos los objetos que habían sido asignados desde el principio del juego. Ellos estaban más cerca de la victoria; yo, apenas colgaba de un hilo, luchando por salir del abismo en el que me había sumergido.

El ruido sordo del agua chocando contra el hielo resonaba en mis oídos, ahogando cualquier pensamiento coherente. A lo lejos, podía escuchar los gritos, los rugidos de aquellos que no lo lograrían, los que ya habían sido devorados por la bestia, o por el frío que no perdonaba. Mi corazón golpeaba frenético contra mi pecho, consciente de que el tiempo se me estaba acabando.

Mis ojos buscaron una salida, algo a lo que aferrarme antes de que mis fuerzas me traicionaran por completo. Sabía que no podía quedarme allí. Si lo hacía, sería el fin.

— Vamos... no aquí... no así. —murmuré entre jadeos, mientras trataba de impulsarme una vez más, mis uñas arañando la superficie, dejando marcas sangrientas en el hielo.

Y entonces, justo cuando parecía que iba a ceder, mis ojos se encontraron con los suyos. 

Mi mente estaba nublada, el frío y el agotamiento habían erosionado mi capacidad de razonar con claridad. Aun así, mis manos se movieron casi por instinto. Arranqué la corona que estaba enredada entre las crines de mi corcel, y con un gesto desesperado la extendí hacia él, esperando que aquel símbolo de poder pudiera cambiar mi destino.

Lo admito: en el momento en que se inclinó frente a mí, mi aliento se quebró. Mi pecho se tensó, y por un breve, absurdo segundo, pensé que en él podría encontrar algo de piedad.

La corona brillaba entre mis dedos, un ofrecimiento que esperaba ser aceptado, y yo, temblando, no podía hacer más que observar, aguardando una reacción, una decisión. Sin embargo, en su rostro no había señales de compasión, solo una máscara impenetrable que escondía cualquier emoción que pudiera sentir.

— ¿Eso es lo que quieres, Heather? —su voz era baja, apenas un murmullo por encima del viento helado que nos rodeaba— ¿Ofrecerme la corona y esperar que te devuelva algo a cambio?

Su mirada me atravesó, helándome más que el hielo bajo mis pies. 

— Russell... —murmuré, mi voz quebrándose— No podemos seguir así.

Él se acercó aún más, su aliento entrecortado formando nubes de vapor que se mezclaban con el aire gélido. Tomó la corona con una delicadeza que parecía antinatural para alguien que, hasta hace poco, estaba dispuesto a destruirlo todo. Mis ojos se encontraron con los suyos nuevamente, buscando un atisbo de compasión, una señal de que tal vez, solo tal vez, algo en él aún pudiera sentir piedad por mí.

Pero lo que vi fue todo lo contrario.

— Deja de decir mi nombre.

Su tono era afilado, como una cuchilla al rojo vivo.

— Te lo dije antes, Heather —continuó, su voz grave y sin emociones— en este lugar, no puedes confiar en nadie. Ni siquiera en mí.

El peso de la corona en las manos de Russell parecía intensificar su poder, como si el frío del metal helara algo más profundo que la piel. Sus ojos se clavaron en los míos, evaluando, calculando, y por un instante, vi algo que no supe definir. Pero antes de poder descifrarlo, sus botas impactaron con brutalidad sobre mis manos. 

Un gemido escapó de mis labios mientras sentía el crujido en mis dedos bajo la presión implacable de sus pasos.

Podía ver el mundo encima de mí, borroso y distante, el rostro de Russell observándome desde arriba, impasible, como si lo que acababa de hacer no fuera más que un paso necesario en su estrategia.

— Voy a matarte... —murmuré, mi voz apagada por el agua que comenzaba a llenar mi boca— Lo prometo, aunque sea lo último que haga.

Yo no iba a ser otro cadáver más en las manos de Russell.

— Eso sería interesante de ver.



TriveriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora