Capítulo 14

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Heather



Los chisquidos de sus dientes resonaban en mis oídos, como un sinfín de campanas que marcaban el compás de su diversión. Sus risillas se mezclaban con el eco de mis propios latidos, creando una sinfonía grotesca que retumbaba en mi pecho.

Y ahí estaba yo, atrapada en este cruel teatro.

"No estoy cuerda." Esa idea giraba en mi mente, repitiéndose como un mantra, cada vez más fuerte, hasta que se convirtió en un grito ahogado. Ya no podía soportar otra queja sobre mí, ni una ofensa más.

Cuando me giré para enfrentar a mi verdugo, el aire se volvió espeso. La arrogancia en su rostro, y sus ojos brillaban con un deleite que solo aumentaba mi ira. 

— ¿Qué es lo que quieres de mí? —mi voz temblaba, no de miedo, sino de rabia.

— Oh, solo quiero disfrutar del espectáculo —dijo con un tono que desnudaba su desprecio, como si cada palabra fuera un cuchillo afilado que se hundía en mi piel— Y tú, McConaughey, eres el centro de atención.

"No soy un juguete. No soy tu diversión."

Quería gritárselo a la cara.

Pasó de mí, adentrándose en un pasillo extenso donde se agolpaban estudiantes que, para mi sorpresa, compartían la misma insignia que él. Estaban esperando el desenlace del juego, pero disfrutando de la agonía de aquellos que aún luchaban.

El frío y el calor se entremezclaban en mi interior, y cada paso que daba resonaba en mi mente. La multitud se dividía ante nosotros, sus rostros fijos en mí, como si esperaran una reacción que pudiera satisfacer su insaciable curiosidad. 

No podía permitirme mostrar debilidad, no ante ellos ni ante él.

— ¿No te parece un poco... aburrido? —me atreví a preguntar, desafiando la atmósfera tensa con una sonrisa que traté de que pareciera despreocupada.

Él se detuvo de repente, volviéndose hacia mí con una ceja alzada. La sorpresa iluminó su rostro, como si realmente no esperara que le hablara. 

— ¿Aburrido? Este es el clímax del juego. No puedes ser seria.

La risa de sus compañeros resonó a nuestro alrededor, y en ese momento, entendí que tenía que jugar mis cartas con astucia. 

Si no puedes cambiar el juego, al menos puedes cambiar las reglas.

— Russell yo...

Diggory se interpuso en mi camino, apartándome con un golpe seco de su hombro. Su traje impecable contrastaba cruelmente con mi aspecto. Estaba intacto, como si el salvajismo del juego no hubiera dejado rastro alguno en él, una figura intocable en medio de tanta destrucción. Mientras lo veía, un pensamiento sombrío atravesó mi mente: le debía una. Si no hubiera sido por él, mi cuerpo habría terminado clavado en una de esas filosas lanzas, como tantos otros desafortunados participantes.

Traté de mantener la compostura, a pesar del nudo que se enroscaba en mi pecho. Me sentía sofocada por la deuda implícita que colgaba sobre mí, y Diggory lo sabía. El brillo de autosuficiencia en sus ojos lo delataba. Estaba disfrutando el hecho de que me había salvado, como si eso le diera poder sobre mí.

— No hace falta que me agradezcas —murmuró con desdén, su voz cargada de arrogancia. Dio un paso más hacia mí, su mirada recorriendo mi figura, como si pudiera leer la mezcla de gratitud y rencor que bullía en mi interior— Pero recuerda, siempre hay un precio por la misericordia en este lugar.

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