Capítulo 4

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Heather

Una delgada cicatriz quedó grabada en mi pierna, un testimonio de las habilidades innatas que Beatrice poseía, las mismas que, de alguna manera, habían logrado salvarme de un destino más oscuro. Mis pasos, aunque todavía vacilantes, eran más firmes ahora mientras avanzaba por los laberínticos pasillos de Triveria. Esos corredores se extendían ante mí como una serpiente interminable, cada esquina oculta prometía nuevos misterios o peligros. Beatrice caminaba a mi lado, y yo me aferraba a su presencia no solo por el miedo que aún latía en mi pecho, sino también por mi completa ignorancia.

— Meghan te dejó sola. —En realidad, fui yo quien huyó, dejándola atrás— Las amigas no hacen eso, aunque claro, si es que aún la consideras una.

Quizás Meghan nunca fue realmente lo que pensé, o tal vez fue mi miedo lo que distorsionó la percepción de lo que éramos. Y ahora, mientras el eco de esas palabras resonaba en mi cabeza, una parte de mí no podía evitar preguntarse si, en el fondo, yo también la había traicionado.

— Somos muy unidas; no hay nada que nos mantenga enfadadas por mucho tiempo. De hecho, apenas tengo recuerdos de esos momentos.

Era verdad, o al menos lo había sido. Meghan y yo compartíamos un lazo que parecía irrompible, una amistad tejida a lo largo de los años. Y aun así, en ese momento, las palabras que salían de mi boca sonaban extrañamente distantes, como si intentara convencerme a mí misma.

Me detuve al borde del balcón, el aire frío acaricio mi rostro mientras mis ojos se fijaban en esa cabellera larga y brillante que tantas veces había ayudado a peinar. Desde la distancia, Meghan parecía una visión de serenidad, su figura destacándose como un faro en medio de la oscuridad. **Se la veía tan despreocupada**, con una sonrisa que no mostraba rastro de miedo o de todos los males que estaba sufriendo yo. Cada palabra que salía de sus labios capturaba la atención de los que la rodeaban, como si ella perteneciera a este lugar, como si las sombras no tuvieran poder sobre ella.

Sentí una punzada de celos, no por su belleza, sino por la facilidad con la que parecía encajar en este mundo que para mí era una pesadilla constante. **Entiendo que sea deslumbrante**, su presencia siempre había tenido ese efecto en la gente, como si irradiara una luz imposible de ignorar. Sin embargo, mientras la observaba desde mi rincón, una pregunta latente golpeaba en mi mente: **eso no puede justificar su deseo de quedarse en este lugar.**

¿Cómo podía estar tan tranquila, tan cómoda, en un lugar que parecía devorar el alma de quienes lo habitaban?

Auch.

No me percaté de mi entorno, ni siquiera cuando mis manos, ya tensas por el recelo, se apoyaron en el borde del balcón. El frío cristal bajo mis dedos me brindó un breve instante de calma, hasta que sentí un dolor punzante. El filo de vidrio, engañosamente suave y adornado con diminutos diamantes que centelleaban con una belleza letal, había sido diseñado con una intención cruel: Hacer sangrar a quien se acercara demasiado.

La sangre comenzó a brotar lentamente de mis palmas, como una advertencia silenciosa de que incluso los lugares de aparente refugio en Triveria estaban imbuidos de malicia. Observé las gotas caer, mezclándose con el mármol bajo mis pies, como si el lugar mismo se alimentara del sufrimiento de quienes lo pisaban. 

Mi vista regresó a Meghan.

— Heather, vas a acabar hecha un colador si sigues así, y yo tengo un límite para estar curándote.

— Ahí está Meghan. —señalé con el mentón hacia el jardín de abajo.

Su mirada se centró en las insignias de sus uniformes.

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