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Su paso lento no hacía más que acompañar la velocidad de los latidos de su corazón. Hacía tiempo que el ritmo de base había bajado tanto que por momentos necesitaba recordarse a sí mismo que aún estaba vivo, aunque en verdad eso era lo único en lo que no podía dejar de pensar.
Patricio llevaba poco más de dos años recorriendo el mismo laberinto que lo llevaba siempre al mismo lugar, uno demasiado alejado de la salida. Su abogado le había dicho que había logrado que la condena sólo fuera a una probation, como si eso fuera lo suficientemente bueno como para olvidar lo acontecido. Él se habia limitado a abrir un poco más sus enomres ojos negros y asenir con un movimento acotado de su cabeza. Así. inexpresivo, como los últimos 23 meses de su vida.
-¡Vamos, hombre! Un poco más de alegría que era un caso muy difícil.- le había reprochado aquel sexagenario amable, pero ni siquiera frente a la mirada empática de aquel prestigioso abogado había podido corresponder. Hubiera querido hacerlo, pero comenzaba a creer que no recordaba cómo sonreír.
-Es usted muy amable, voy a dar lo mejor de mi.- le había respondido y el hombre, dándose por vencido se había limitado a esa palmada en el hombro y esa mirada condescendiente que tantas veces había sentido y que tan poco le agradaba.
La lástima, la pena, la misericordia eran sustantivos casi antagonistas a lo que su mente se empecinaba en hacerle creer. El sentía culpa, desprecio por sí mismo, y demasiado dolor, aunque eso era algo que no estaba dispuesto a decirle a nadie.
Había ido, bajo orden judicial a un psicólogo una vez, pero al notar que el hombre desviaba su mirada con frecuencia a su teléfono, había dedicado los minutos a estudiar los nombres de los libros de su vasta biblioteca. Era extraño que un hombre pudiera leer a Dickens y a Casciari al mismo tiempo, había llegado a la conclusión de que todo en aquel hombre era falso y por eso había decidido no hablar.
El silencio dolía, pero al menos parecía seguro.
Ahora caminaba con paso pausado por las calles de la ciudad, ya no montaba su motocicleta, mucho menos autos lujosos dignos de una película de acción. Caminar le daba un motivo para intentar dormir en las noches.
Volvió a chequear la dirección y tomó una calle angosta, las casas eran mucho más precarias en esa zona, algunos niños con camisetas de futbol desgastadas correteaban por el lugar, conforme avanzaba las estructuras parecían más improvisadas, algunas telas descoloridas oficiaban de puertas y la música de una cumbia que no creía reconocer sonaba latosa a través de alguna radio a pila.
Conocía barrios humildes, los había visto en los noticieros y en algunas películas, pero, a decir verdad, nunca había caminado por uno de ellos. Llevaba la capucha de su buzo oscuro y unos lentes de sol que ocultaban casi por completo su rostro, tenía sus manos en los bolsillos y en un movimiento instintivo decidió presionar su billetera con esmero, el prejuicio de que allí podrían robarle lo asaltó sin previo aviso y si bien creía que no tenía mucho que perder, ese narcisismo caprichoso que aún descansaba en su golpeado corazón lo llevo a proteger, tristemente, lo único de valor que poseía.
Con disimulo le dio pausa a la voz de James Hetfied y cuando estaba a punto de sacarse sus airpods una estructura colorida llamó su atención.
El Comedor ""Regreso del olvido" anunció su nombre con un delicado letrero correctamente pintado. Aquel nombre se sintió como una bofetada que casi lo noquea ¿Acaso era un chiste? Pensó mientras las últimas réplicas de la sorpresa le impedían reaccionar. No podía creerlo, ¿quien había tenido la brillante idea de enviarlo allí? No podía ser cierto.
El creciente enfado llenó su mente de reacciones irracionales, hubiese corrido hasta aquel ostentoso estudio de abogados en ese mismo momento, no iba a cumplir su condena allí, no iba a alimentar el morbo de nadie.
Un bufido de fastidio escapó de sus labios carnosos mientras una de sus manos recorría su tupida barba con exasperación. Estaba a punto de regresar sobre sus pasos cuando un grito se oyó demasiado cerca.
Como si no pudiera creerle a sus oídos permaneció unos segundos sin moverse y entonces el grito se repitió confirmando que algo estaba ocurriendo. Sin recordar que estaba a punto de huir, entró al edificio vacío y se guió por lo que oía.
-¡Basta! ¡Basta!- oyó en la voz de una mujer con desesperación y continuó su camino a lo que parecía la puerta trasera del lugar.
-¡No voy a repetirlo!- continuaba diciendo la mujer en un volumen alto que disfrazaba lo que parecía ser un llanto contenido.
Patricio abrió la puerta con desesperación y el sonido de las bisagras oxidadas alertó a los protagonistas de la escena que había imaginado encontrar.
Una joven de cabello castaño ondulado cubierto por una gorra oscura estaba de espaldas, llevaba unos jeans que dibujaban sus curvas con especial determinación, tenía uno de sus brazos en alto y sujetaba a un joven adolescente de su oreja, mientras otro alzaba sus manos como si pidiera clemencia.
La joven girò y sus preciosos ojos verdes lo apuntaron directamente, pero toda la belleza que cargaban se vio eclipsada por un fastidio mayùsculo. Mientras Patricio creía que iba a convertirse en el salvador, aquellos ojos incisivos parecían decirle que lo había arruinado.
El duelo de miradas no pudo concretarse, ya que ambos adolescentes aprovecharon la distracción para huir corriendo sin mirar atrás.
May volvió a girar y comenzó a avanzar con prisa.
-¡Este lugar es para ustedes! ¡Deberìan aprovecharlo y cuidarlo!- gritó con resignación al ver que no lograrìa alcanzarlos.
Patricio se quedó de pie sin saber muy bien cómo continuar, no terminaba de comprender lo que acababa de suceder, pero por alguna razón sentía que lo había arruinado.
May se sacudió las manos en sus jeans y giró para acercarse con pausa, mientras intentaba calmar a su propio corazón. Lidiaba con situaciones límite muchos días en aquel barrio, solìa ser una abogada combativa en los estrados, pero allì todo era muy distinto, la ley parecìa marginada, para defenderse habìa tenido que desarrollar un escudo mucho màs fuerte y aunque a veces deseaba darse por vencida, no podìa.
Había prometido acercarse cargo y no podía romper su promesa.
-¿Estás perdido?- le preguntó al joven de aspecto lúgubre que se ocultaba detrás de aquella capucha y esos anteojos oscuros.
Patricio se obligò a responder, por màs inquisidores que fueran esos ojos, debía hacerlo.
Carraspeó para ganar tiempo y se quitò la capucha para descubrir su cabello oscuro al mismo tiempo que sus enormes ojos negros enfrentaban a una May que de inmediato supo que no se tratarba de alguien del barrio.
-Vengo por la probation.- se limitó a decir y su voz rasposa tocó una fibra olvidada en la antigua abogada,  que rápidamente intentó obviar.
-Ah, cierto.- respondió ofreciéndole su mano mientras esbozaba una escueta sonrisa que le otorgaba a su rostro una luz tenue que no hacía más que enaltecerlo. Era hermoso, Patricio, ya no tenía dudas de eso.
Estirò su propio brazo y el borde de sus tatuajes se asomó debajo del puño de aquel buzo, estrecharon sus manos, prolongando unos segundos aquel contacto, como si sus cuerpos no desearan interrumpirlo.
-Perdòn que entrè sin golpear pero creì...- intentó justificarse, pero ella alzò sus hombros como si no lo encontrara mal.
-Todos entran sin golpear.- le dijo pasando por su lado para volver a entrar al salón comedor vacìo.
-Perdòn por espantar a los chicos.- volvió a decir, en su intento por justificarse.
Entonces May detuvo sus pasos y al girar, lo encontró más cerca de lo que esperaba. No quería admitir que aquel enigmático joven le gustaba, hacía tiempo que un hombre no llamaba su atención, todos se limitaban a los dos o tres que estaban dispuestos a saciar sus necesidades y desaparecer a la mañana siguiente.
-No pasa nada, ya te vas a acostumbrar a mis retos.- le dijo intentando sonar divertida, pero al notar que Patricio alzaba una de sus cejas mientras una sonrisa de lado se dibujaba traviesa en sus labios se supo perdida.

La cueva del olvido (libro 1 saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora