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May no supo cuánto tiempo había pasado, había seguido el camino a oscuras apelando a su memoria con confianza y había escapado de esa casa sin poder detener su llanto. La lluvia la había empapado y el frío parecía calar sus huesos y sin embargo nada de eso dolía tanto como la sensación de haber encontrado el amor, pero no poder tenerlo.

No podía creer que ya lo extrañaba, se reprochaba a sí misma no haberlo dejado seguir, al menos hubiera tenido el recuerdo de su última noche juntos con notas de placer en su partitura.

¿Y si se había equivocado?, pensaba con lamento ¿Y si lo había presionado demasiado? Comenzaba a creer que de haberlo dejado continuar con sus encuentros al menos lo hubiera tenido a su lado. ¿Pero a qué precio? Amar sin ser amado era algo que no le deseaba a nadie.

Llegó al umbral de su casa sumergida en sus lamentos, presionó sus bolsillos en busca de sus llaves y al dar con ellas, las mismas resbalaron sin contemplación hasta el suelo.

-¡Ahhh!- gritó eliminando toda la frustración de aquella noche. Pataleó como una niña y se agachó, inútilmente en su búsqueda.

Pensó en Mariana, en sus últimas palabras y en las primeras que le había oído decir ¡La extrañaba tanto! Había sido su hermanita menor, su compañera de aventuras, su abrazo necesario, su consejo sabio. Había sido su otra mitad, una demasiado perfecta, una que siempre había tenido las cosas claras, que había aprendido a ser feliz con lo que la vida le daba. Había sido su único objetivo en la vida luego de la muerte de sus padres y ahora ya no estaba.

-¿Podrías darme una mano al menos, no?- gritó mirando al cielo con rabia enfrentando las gotas, cada vez más enormes que caían sin interrupción bañando su decepción, ahogando sus penas.

-¿Podrías dármela vos a mi?- oyó detrás y sin perder un segundo giró para verlo.

Pato la observaba inmóvil, una marea de agua goteaba de cada rincón de su cuerpo y sus ojos estaban tan húmedos que casi no los pudo ver.

-¿Qué haces acá?- le preguntó ella queriendo confirmar que en verdad la había seguido.

-Necesito que me ayudes. - le dijo sin moverse aún.

May lo miraba sin comprender, dio un paso hacia él con pausa y al ver que no se apartaba se animó a dar dos más.

-Necesito que me ayudes a creer que puedo ser feliz. No conoces todo de mi pasado, no es mi novia quien me impide amarte con libertad.- le dijo tragando saliva para buscar coraje.

May alzó su mano para volver a tocarlo. Era real, estaba ahí.

-¿Amarme con libertad? .- Le preguntó sin terminar de entenderlo.

-Yo también me enamoré de vos, pero estoy tan roto que temo no poder darte lo que te mereces. - le dijo atrapando su mano para unirla más a su mejilla mientras inclinaba su cabeza para sentirla de nuevo.

May sonrió y se puso en puntas de pie para besarlo.

-Yo también estoy rota, pero vos me haces bien.- le respondió luego de aquel escueto beso.

-Vos sos la mujer más hermosa, valiente, considerada y fascinante que conozco. Si hay algo que no estas, es rota.- le dijo alzando sus manos para tomar sus mejillas.

-Enseñame a amarte.- le pidió con total sinceridad y ella sonrió conteniendo la emoción.

-Dejame a amarte.- le pidió ella y entonces por fin él la atrapó para unirla a su cuerpo empapado que anhelaba aquel encuentro desde el momento en que la había conocido.

El agua se transformó en un conductor de su unión, se besaban con anhelo, encendiendo una nueva llama de esperanza que les devolvía una fe pequeña con deseos de crecer. La abrazaba sin querer soltarla, la presionaba con intención de que creyera lo que le había dicho, la sostenía para no alejarse nunca más.

Entonces un trueno estrepitoso resonó en la ciudad y la amenaza de aquel clima los obligó a separarse.

-¿Vamos adentro?- le sugirió él y ella asintió. Recogió la llaves del suelo y ni bien entraron al departamento quiso sacarse la ropa, pero él no la dejó.

-Dejame a mí.- le pidió y lentamente comenzó a desvestirla recorriendo cada rincón empapado con la yema de sus dedos. May lo miraba sin poder dejar de sonreír, creía reconocer que intentaba marcar el contraste con lo ocurrido en su casa minutos antes y eso le gustó.

Le sacó su ropa lentamente y ella hizo lo mismo con la de él, la calefacción aún no llegaba a calentar el lugar y su piel se estremeció erizando cada folículo, él lo notó y rápidamente comenzó a besarla.

Besó sus brazos mientras los frotaba para darles calor, su cuello, su vientre y cuando se arrodilló frente a ella, alzó la vista para confirmarle con su mirada que quería darlo todo.

Entonces ella se sacó la gorra aún mojada y antes de que él pudiera decir algo se la colocó sobre su cabello corto y oscuro.

-Cuidala bien.- le pidió con una sonrisa y Pato ya no pudo contenerse.

Sabía que con aquel gesto le estaba entregando su corazón y solo quiso demostrarle que lo iba a proteger para siempre.

Se puso de pie y la alzó para llevarla hasta el sillón más cercano, la sentó con cuidado sobre él y acercó sus manos a su rostro. Corriendo su cabello ahora suelto y mojado enfrentó sus ojos que se abrieron con expectación.

-Una de las cosas que me gusta de vos es poder leerte a través de tus ojos.- le dijo acariciando el contorno de los mismos con ternura.

-¿Qué te dicen los míos ahora?- agregó haciendo un esfuerzo por expresarse a través de ellos.

May sonrió recorrió su rostro con la punta de sus dedos.

-Que vamos a poder juntos.- le respondió para volver a besarlo y entregarse por completo a la pasión que se desataba cada vez que sus cuerpos se unían. 

Esa noche hicieron el amor tantas veces como quisieron, con entrega total, sin pasado, sin oscuridad, sin ganas de escapar de la felicidad. Con una nueva sensación de creer que no estaba todo perdido. Pero, sobre todo, con la ebullición que une los corazones de los que aman y se siente amados.

La cueva del olvido (libro 1 saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora