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May avanzó dos pasos y se detuvo justo frente a él, alzó sus ojos con provocación y al notar una ligera mueca de en sus labios, atacó. Tomó sus mejillas con premura y sin pedir permiso se introdujo en su boca, esa boca que conocía, que recordaba, que anhelaba.

Esta vez él respondió. Cruzó susñ brazos alrededor de su cintura para acercarla aún más, mientras su lengua se batía a duelo con la de ella. Habían cerrado sus ojos y se habían dejado llevar.

May liberó su rostro para bajar una de sus manos hasta su pecho, en verdad deseaba tanto tocarlo que cualquier intento de razonar se vio supeditado al instinto. Era firme como presumía, tan tenso y fuerte que no quiso más que rendirse ante él.

Pato había comenzado a acariciarla, conocía lo que ocultaba aquella prenda, lamentaba que hubiera decidido ponerse más ropa, pero eso no le impidió continuar. Levantó su remera y comenzó a acariciar su espalda mientras el beso se profundizaba más y más.

Sus respiraciones mezclaban su aliento con suspiros y cuando él descendió su mano para, por fin, acariciar aquellos redondeados glúteos que tanto deleite le habían regalado a sus ojos, un gemido incipiente escapó de sus carnosos labios para confirmarle que algo tan hermoso, no podía estar mal.

May liberó su boca para apartarse un poco y tomando su remera del borde inferior lo despojó de aquella prenda con total libertad. Sus tatuajes volvieron a escandalizar sus ojos, que pletóricos de éxtasis llevaron a Pato un escalón más cerca del cielo. ¡Cómo le gustaba que lo mirara así!

Había tenido la dicha de contar con miradas de mujeres que lo idealizaban y expresaban su fanatismo superfluo con gritos y hasta lágrimas, pero no lo conocían, no sabían quién era, se mostraban conquistadas por una imagen ficticia, una con buen marketing y diseño, de un estereotipo que siempre era sobrevalorado. En cambio ella... ella parecía derretirse con una inocencia que comenzaba a intimidarlo. Entonces recordó que tampoco lo conocía, era cierto que no había visto su faceta artística, pero tampoco conocía su pasado. De conocerlo, no lo miraría así, pensó con temor.

May pareció percibir un ligero cambio y cuando estaba a punto de rozar su torso se detuvo.

Pato la miró extrañado y ella cerró sus ojos mientras se inspiraba buscando control.

-Cierto que no querés...- le dijo sin atreverse a mirarlo, pero él no demoró ni un segundo en responder. La alzó con sus fuertes brazos y el desenfreno se desató como un caballo salvaje que lleva demasiado tiempo confinado.

-Dejame demostrarte cuanto quiero..- le dijo y al alzarla con prisa, una carcajada escapó de los labios de esta joven que no hacía más que alimentar esa extraña sensación de bienestar que llevaba demasiado tiempo sin sentir.

Pato la llevó hasta su cama sin dejar de besar su rostro, su cuello, sus labios. La sentó en el borde y en medio de los vertiginosos movimientos con los que se desvestían tomó el borde de aquella gorra que parecía ser preciada para ella.

-¿Puedo?- le preguntó y ella creyó morir de amor. Le había sacado su remera, sus pantalones y hasta su sujetador, y sin embargo cuando llegó el turno de aquella, en apariencia, insignificante prenda se había tomado unos segundos para consultarle.

May asintió con su cabeza mientras sus labios apretados guardaban la emoción, que rápidamente volvió a darle lugar al deseo, cuando él comenzó a recorrerla con su lengua.

Sin poder evitarlo su cuerpo se arqueaba en busca de más mientras sus dedos se aferraban a esa espalda enorme. Era de día, la luz iluminaba toda la habitación volviéndolo todo demasiado real y sin embargo, lejos de intimidarla, aquello solo aumentó la temperatura para que su mente disparara fantasías con las que ni siquiera había soñado.

Pato continuaba marcando el territorio, como si su cuerpo solo pudiera pertenecerle a partir de ese momento, había besado sus hombros y sus pechos, con especial detenimiento. Cuando ella intentó incorporarse se detuvo.

-Espera.- le dijo interrumpiéndose y frente a sus ojos curiosos la tomó de la cintura para girarla un poco.

-Por fin puede ser mio.- le dijo besando el pequeño tatuaje que llevaba en la parte baja de su abdomen.

May sonrió mientras le daba una palmada en su hombro.

-Entonces sí me viste desnuda- le dijo intentando sonar como un reproche, pero sin poder evitar su felicidad.

-Y no sabes lo difícil que fue.- le respondió él volviendo a su labor de recorrer todo su cuerpo con desenfreno.

May colocó sus manos sobre la cama y por fin pudo sentarse, él estaba allí, frente a ella, imponente. No llevaba ropa y su cuerpo tatuado y trabajado era un óleo del renacimiento, apenas había apoyado una rodilla sobre las sábanas y los músculos de sus piernas se marcaban con especial encanto.

La miraba con anticipación, como si supiera que lo que seguía sería todavía mejor. Ella alzó su mano y recorrió su pecho, su abdomen y su bajo vientre hasta apoderarse de aquella enorme manifestación de su deseo. Lo tocaba mientras disfrutaba de ese cambio paulatino que sufría su mirada, un calor creciente, un placer irrefrenable. Luchaba por no cerrar sus ojos, él no quería dejar de mirarla, pero el gozo era cada vez mayor y sus labios se apretaron al mismo tiempo que su cabeza se inclinó hacía atrás.

No quería que todo acabara por eso volvió al ataque. Con especial detenimiento tomó su mano para retirarla mientras volvía a acercar sus labios a los de ella.

Volvió a atraparla en sus brazos y la alzó hasta que May cruzó sus piernas alrededor de él. Lo besaba, lo acariciaba, lo necesitaba. Notó que él se separaba para mirarla y sin necesidad de palabras señaló el tocador de madera antigua que ocupaba una pared de su cuarto. Pato la llevó en brazos para sentarse sobre él mientras ella abría el primer cajón y obtenía la necesaria protección.

Sin perder tiempo él se la colocó y cuando ella separó aún más sus piernas supo que todo se volvería aún mejor.

Sus embestidas comenzaron lentas, pero al ver la imagen que le regalaba el espejo, la necesidad de más y más se encendió en su mente.

El cabello suelto de May se movía con cada estocada acariciando su espalda desnuda. Sus dedos aferrados a su cuerpo lo acercaban como si pudieran unirse aún más. Su cintura dibujaba una silueta exquisita que quiso perpetuar en su retina. Se acoplaban, se necesitaban y la urgencia del placer máximo no tardó en llegar.

Los movimientos se hicieron más intensos, los cajones de aquel mueble comenzaron a golpearse y el espejo se empañó para privarlo de aquella escena tan excitante.

Entonces bastaron dos movimientos más para que el final tan anunciado como extraordinario los abrazara.

Lentamente la tensión de sus cuerpos se fue aflojando, seguían abrazados, como si no quisieran separarse. Ella inclinó su cabeza y le dio un dulce beso en la mejilla que ocultaba su barba crecida, capturando el momento exacto en el que algo se vuelve memorable. 

Y él, no quiso más que sonreír.

La cueva del olvido (libro 1 saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora