TERCERA PARTE: Solo los muertos saben la verdad

4 0 0
                                    

"Un parpadeo de todos los momentos en los sueños.

Recuerdo solo parcialmente

Y entonces estoy obsesionado

Por las sombras del pasado

Dolor que resuena desde la ceniza

Silencio que dura para siempre

Mirando engaño

Desciende para repetir

Una pantalla vacía

Ignorando la súplica

De imágenes que siempre se desvanecen de su alcance

Por pensamientos oscurecidos que se ciernen sobre mí."

Ludovico Technique – Haunted


–¡Viejo! ¡Eres una completa decepción! –Athan se burló. Istat se acomodó en su cama, le era un tanto difícil moverse.

–Puedo decir lo mismo de ti. –Istat tosió.

–Bueno, yo soy humano, soy más débil que tú. –Sonrió. –¿Cómo es que pudiste luchar contra dos hijos de Caín y varios sórdidos, y salir con apenas unos rasguños? Pero ¿sucumbiste ante una simple Mara? –Istat puso los ojos en blanco. –Ha pasado muy poco, pero eso de estar casado no te sienta muy bien, ya no eres la bestia que trabajaba para el Trono de la Luna.

–Espera a que Nao te escuche. –Suspiró.

–No hace falta, le patearé el trasero después. –Dijo Nao desde el marco de la puerta, Istat se volvió a él sorprendido, intentó sentarse, pero no lo logró, Nao se acercó a él y lo obligó a recostarse.

–¿Qué haces aquí? –Preguntó. –Te dije...

–Dices muchas cosas. –Lo silenció. –A veces muy estúpidas. –Se sentó en la cama. –¿Cómo te sientes?

–Lo suficientemente mejor como para irme. –Nao rio.

–Tan poco tiempo es el que tenemos y tú siempre quieres acortarlo. –Suspiró con resignación. – El doctor dijo que podías irte, sin embargo, estas bajo mi cuidado, seré estricto, te advierto. –Istat asintió y se dejó mimar un poco por su esposo hasta antes de que pudiesen retirarse, Athan dejó a su amigo y a Nao a solas mientras se alistaban para la salida, salió a la sala de espera y se sentó junto a Nat, que se mostraba un poco abrumada por el excedente de ruido que había en la sala, miraba a todas partes, giraba la cabeza cuando escuchaba un ruido estruendoso, Athan sabía que en su vida apenas había estado en un lugar tan concurrido, incluso en su hogar con fachada humana, era un poco más silencioso, y solo conocía la buya de los lobos de la manada de Theobald. Con el poco entrenamiento que había recibido de Hute, el hombre era capaz de escuchar con tanto detalle los sonidos más delicados, Athan escuchaba el acelerado corazón de Nat, no podía evitar compararla con un animal silvestre recién capturado, la tomó de la mano, esta se volvió a él, tenía los ojos muy abiertos.

–¿Estas bien? ¿Por qué no vuelves a casa? –Preguntó Athan.

–No, no, debo proteger a Istat. –Contestó volteando hacia la puerta del ascensor, que había traído de un piso superior a un par de doctores.

–Cuando cazas, ¿te enfocas en el cantar de los pájaros o en el movimiento de tu presa? –Nat frunció el ceño y nuevamente se volvió a él, confundida, pero logrando el cometido de Athan, que le prestara solo atención a él.

–En la presa...–Contestó, Athan asintió.

–Bien, aquí es igual, los humanos somos muy ruidosos, pero nos concentramos en una sola cosa y todo a nuestro alrededor se silencia. –Otro sonido la distrajo, así que el hombre le tomó del mentón para que lo mirara. –Concéntrate solo en mí, escucha mi voz, mira mis ojos, siente mi mano. –Extendió su mano, ofreciendo su palma para que Nat pudiese sentirla, la loba acarició su mano, lo miró, escuchó el sereno palpitar del corazón de Athan, su respiración, y justo como lo había dicho, lo demás parecía silenciarse o al menos ahogarse. –¿Te sientes mejor? –Ella asintió.

La cuarta DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora