11. Hermanos

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Cuando abri los ojos, a una velocidad casi dolorosa, me percaté de tres cosas. Las tres igual de extraordinarias.

La primera de ellas fue la suave piel de mi antebrazo, que relucía bajo la luz fantasmal como si esa parte de mí acabara de nacer. No había marca ni daño alguno en ella, sólo un lienzo níveo y perfecto. La segunda, que me ocasionó un fuerte escalofrío, fue la apariencia inerte de las cadenas rotas sobre el cementerio de huesos, manchado con sangre negra. Y la tercera, que terminó por parar mi corazón por un instante inmensurable, fue que me encontraba en medio de la mazmorra, completamente sola.

Me levanté de mi lecho, mirando con incredulidad aquellas tres cosas que parecían no tener ninguna explicación lógica.

Un escalofrío reptó por mi espalda al recordar las palabras de Seth: Tu vida y la de todos correría un grave peligro si me liberaras.

¿A caso eso era lo que había hecho... liberarlo? Pero ¿cómo? ¿Estaría ahora mismo asesinando a las chicas?

Becca...

Con la cabeza martilleándome el cráneo y un sentimiento de urgencia, trepé por el ducto. Me detuve detrás de la trampilla con el corazón en la garganta cuando escuché la voz brusca y vacilante de la directora.

—Lo que me dices no puede ser verdad, Áganon.

—Lo he confirmado yo misma, Drusila. —Áganon hizo una pausa dramática y cuando volvió a hablar, su voz lodosa se había convertido en un susurro misterioso—. Al parecer se ha revelado. Aun así no podemos confiar en él.

—Reúnelas a todas —ordenó la directora con urgencia—, si ha terminado con la vida de alguna de las cautivas tendremos que suplir su lugar lo antes posible. El día se acerca y no tenemos tiempo.

Sus pasos repiquetearon sobre la plancha rocosa que se extendía sobre mi cabeza, alejándose en dirección a la puerta. Cuando escuché que ésta se cerró, salí de mi escondite y después de la oficina. Necesitaba llegar cuanto antes al Gran Comedor, donde intuí que estaría Becca y el resto de las chicas preparando el desayuno. Debía alertarlas del peligro.

Al conocer las rutas hacia las diferentes galerías del castillo partiendo de un punto determinado, tuve que dirigirme primero a las celdas y después al Gran Comedor. Exhalé el aire agitado de mis pulmones cuando vi la sonrisa aliviada de Becca. Sus ojos resbalaron con un deje preocupado por mi maraña de cabellos rojos —que procedí a peinar con una urgencia de vida o muerte—, y después por los hilos de sangre negra de mi vestido. Me mordí el labio con fuerza; por esas salpicaduras entintadas nada se podía hacer en tan poco tiempo.

Justo cuando llegué al extremo de la mesa para advertirles, la voz estridente de la directora se hizo escuchar en el Gran Comedor, golpeando los altos ventanales  y haciendo danzar colérico el fuego de las antorchas.

—Levántense —ordenó al cruzar el inmenso umbral en forma de arco.

Un séquito de cuidadoras la seguía detrás, con las túnicas encapuchadas del color del carbón ondeando en el aire. Eran doce, contando a la directora. Doce horribles mujeres de rostros fantasmales y ojos sanguinolentos.

—En formación —rugió Áganon con un tono militar—. Ahora.

Nos agrupamos en dos hileras con torpeza y cuando Becca advirtió que yo había quedado en la primera fila que encaraba con nerviosismo al séquito, se escurrió de la espalda de Ava para situarse delante de mí y así cubrir las delatoras manchas negras de mi vestido. Le di un apretón fugaz a su mano con un profundo agradecimiento.

Carne y Sangre #PGP2024  #PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora