15. La habitación contigua

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Deshacerme de la hipnosis me resultó una hazaña casi imposible de realizar. Y no pude discernir con claridad si aquello había sido producto del don de Cristopher o del momento de placer que había vivido con él, de la perfección de su cuerpo desnudo que se había tatuado a fuego en mis pupilas.

Dios. Ya tenía suficiente con Seth, y ahora su hermano se había unido a la carrera por volverme loca.

Cuando logré pensar con claridad, el recuerdo de las gujas pinchando mi piel y de los inmaculados colmillos se convirtió en una palabra tan extraordinaria como peligrosa:

Vampiros.

Vampiros que usaban agujas para desangrar en lugar de morder.

Me sumergí en el agua fría de la tina con la esperanza de ahogar esa palabra tan improbable en mi mundo, el que parecía derrumbarse a una velocidad vertiginosa. Por supuesto, no funcionó.

Salí de la tina con un fuerte dolor de cabeza y caminé en dirección al horrible vestido, que debía de estar tirado en el suelo, pero en la superficie de roca húmeda no había nada.

Genial, otra caminata semidesnuda por el castillo. A Becca no le iba a hacer ninguna gracia.

Un frío que de pronto pareció absorberlo todo no tardó en cubrirme la piel. Froté mis brazos para entrar en calor, esperando que esa caída drástica de la temperatura no fuera más que una coincidencia; el frío en Bloodrock era sinónimo de muerte y fenómenos sobrenaturales.

Con los dientes castañeando, torcí el cuello en todas direcciones con la esperanza de encontrar el vestido, y para mi sorpresa, me encontré con uno completamente diferente descansando sobre la cama. Caminé, o más bien, floté hasta él, olvidándome por un momento del frío descomunal.

Antes de salir de los aposentos, Cristopher había dejado para mí —además de la maravillosa pieza de terciopelo azul— ropa interior nueva, medias de lana y un par de zapatos a juego con pedrería.

Me fundí en el vestido nuevo con una satisfacción casi infantil y cuando noté el cepillo de plata debajo de una de las medias, se me escapó una risa desquiciada de felicidad. Deslicé las finas cerdas por el nido de pájaros en el que se había convertido mi cabello y me puse los cómodos zapatos. Cuando estuve lista, me dispuse a seguir las órdenes que Cristopher había dictado antes de dejarme a solas para recuperarme del desangramiento: vestirme y regresar a mi celda.

Cerré la mano en torno al pomo dorado y entonces, un gélido aliento arañó el escote de mi espalda. Mis dedos se volvieron blancos ante la presión contra el metal. No deseaba girarme para encontrarme con Emma, pero sabía que debía hacerlo. Después de todo, había vuelto del infierno para ayudarnos.

El rabillo de mi ojo, tembloroso y tenso, no advirtió nada. Emma no estaba ahí. Pero no me encontraba sola en la habitación. Algo más me observaba.

Lucy.

Como un látigo, mis ojos se movieron hacia las puertas del estudio. En medio del resquicio las sombras recortaban un escritorio. En su superficie, la silueta de un libro, más negro que la oscuridad que lo engullía, descansaba sobre una base de hierro.

Lucy.

El murmullo volvió a escaparse por las puertas abiertas y las páginas de pergamino se removieron sobre la base.

Me moví con cautela en su dirección, con los ojos muy abiertos, el sudor perlando mi frente y mi instinto implorando por dar media vuelta y salir corriendo. Pero ese libro. Ese libro negro. ¿Acaso podría ser el mismo, el que mencionaba el diario? ¿El que la chica rubia había decidido salvar en el incendio antes que a su compañera?

Carne y Sangre #PGP2024  #PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora