13. Retrato divino

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—Parece que estás a punto de matar a alguien.

La voz de Becca —mi Becca, la racional— interrumpió la mirada de cuchillo que había lanzado en dirección al umbral del Gran Comedor.

Sacudí la imagen de la elegida desnuda entre los brazos de Seth, que se repetía como una canción molesta en la que no quería pensar pero que, sin previo aviso, volvía a sonar en mi cabeza para arruinarme el día.

¿A eso se refería Seth cuando dijo que mi vida correría un grave peligro si lo liberaba? ¿A matarme de celos y con su indiferencia?

Lo estaba logrando.

Sin la influencia de ambos dioses del averno en el Gran Comedor, me centré en lo que realmente importaba: en encontrar el libro negro.

—Me duele mucho la cabeza. Es todo —respondí.

Becca estudió el contorno de mi rostro y después bajó la vista hacia las manchas rojizas de mi vestido.

—¿Qué te pasó? ¿En qué momento te abriste la cabeza? ¿Estás bien?

—Sí —contesté con desgano, sacudiéndome sus manos nerviosas de mi coronilla—. Me golpeé con el filo de la mesa, pero tú no te enteraste porque estabas muy ocupada admirando a la nueva adquisición —mentí, parcialmente. Necesitaba enterarme de sus recuerdos.

Becca recargó la barbilla entre sus manos con gesto soñador.

—Cristopher es perfecto, pero Seth traspasa los límites de la realidad. Ambos son tan formales, tan elegantes al hablar.

Ahora era yo la que enarcaba una ceja.

—¿Formales? ¿Elegantes?

El recuerdo de ambos hablando de sexo, espadas que daban miedo y de bellotas diminutas estuvo a punto de arrancarme una carcajada ácida.

—Sí. Ambos son unos caballeros, de esos que ya no se ven hoy en día.

—Si tú lo dices. —Me incliné hacia ella, interesada por lo que respondería ante mi siguiente pregunta—. Y, qué numerito el que se han montado hoy las cuidadoras ¿verdad?

—¿Las cuidadoras? —Becca giró el torso para asegurarse de que ellas no estuvieran en algún lugar del amplio salón—. No las he visto en lo que va de la mañana. ¿Tú, sí?

Aquello era inconcebible.

—No, para nada —solté un suspiro.

—Estás actuando muy raro, Lucy.

—Sí, bueno, probablemente sea el golpe en la cabeza.

Becca volvió la vista al cuenco, pude notar que hacía una mueca al mover los hombros, como si hubiera dormido toda la noche en una posición dolorosa. Estaba segura de que Cristopher no había podido borrar el golpe que recibió su espalda al impactarse sobre la mesa.

Mis planes de inspeccionar el Gran Comedor se diluyeron cuando Áganon atravesó el umbral y se dirigió a nosotras. Sus ojos habían cambiado del color diabólico al verde estancado. Una urgencia de vida o muerte por saber qué cosas eran esas criaturas disfrazadas de mujeres me contrajo el estómago.

—Ustedes dos. A la cocina.

La arteria de mi vientre palpitó con fuerza al recordar los filosos cuchillos colgando del techo.

—Apresúrate —me susurró Beca entre dientes, cuando me quedé petrificada sobre la banca.

Ambas nos levantamos y nos dirigimos a la cocina.

—Límpienlo todo —ordenó Áganon, dirigiendo su dedo de rama seca hacia las costras de grasa animal que tapizaban el suelo pegajoso—. Y háganlo bien —agregó con un tono amenazante—, o tendrán que limpiar con la lengua las partes que queden con suciedad a mi regreso.

Carne y Sangre #PGP2024  #PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora