17. La mazmorra de la tortura

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—¿Crees que realmente hayas hecho un pacto con Satanás? —me preguntó Becca después de que el demonio fuera succionado por las páginas sangrientas del libro.

—Eso me temo.

Escondimos el libro entre los marcos chamuscados del Salón Blanco y volvimos al corredor de las puertas. Un par de cuidadoras que hacía guardia debajo de una antorcha nos recibió al doblar la esquina, y un momento después otras dos se les unieron. El fuego rojizo danzaba excitado en sus ojos espectrales.

—Algo no anda bien —observó Becca con un susurro, cuando el grupo encapuchado nos dedicó una sonrisa de dientes pútridos—. Las cuidadoras nunca se reúnen en el corredor.

Me uní a la sospecha de Becca cuando escuché a lo lejos el sonido inconfundible de las túnicas negras ondeando en el aire.

—¿Escuchas eso?

Los párpados de Becca se estiraron ante el horror y su rostro pasó del moreno al blanco fantasmal.

—Ellas vienen.

El olor a carne podrida anunció la llegada del séquito negro. Las órdenes que lanzaban a manera de grito me tensaron cada músculo. Definitivamente algo andaba terriblemente mal.

—¡Busquen! —gritó la directora—. Y si es necesario, córtenles las manos, las lenguas, ¡la cabeza! Pero encuentren ese libro.

Ay, demonios.

Mis ojos saltaron culpables hacia la celda número once, donde se encontraba oculto en el colchón de lana vieja el diario robado. Estaba segura de que no era ese artículo el que buscaban, pero si lo encontraban...

—No digas nada, Becca —murmuré entre dientes.

—¡En formación! —rugió Áganon.

Obedecimos.

Todas, muy tiesas, nos paramos frente a las celdas. Incluso Grettell parecía estar al borde del colapso por el miedo que infundían los látigos que el séquito serpenteaba sin descanso sobre el suelo y las paredes.

—¿Quién de ustedes, ratas pestilentes de cloaca, ha tomado algo que no es suyo?

Una gota de sudor frío y traicionero resbaló por mi sien. Con el rabillo del ojo pude ver cómo Amber se había orinado encima. La tela de su vestido, húmeda y amarillenta, no paraba de temblar por encima de sus piernas.

—Tú —bufó la directora en dirección a Amber—. ¿Dónde lo ocultas?

Amber se echó a llorar, desconsolada.

—No oculto nada —consiguió decir.

El golpe seco que recibió su mejilla retumbó en la cúpula del techo. Mi sangre hirvió de ira.

—La próxima vez será el látigo y no mi mano, la que te abra la carne —amenazó la directora con los ojos rojos fijos en el labio roto de Amber.

Ante la mudez de la chica, la directora alzó la mano desnutrida, lista para arremeter con el látigo.

—¡Detente!

Las palabras se escaparon de mi garganta seca y una sonrisa perturbadora surcó el rostro de la directora.

—Lucy Miller. —La bruja caminó en mi dirección con los nudillos blancos por la fuerza con la que sostenía el mango de cuero—. Lord Cristopher, nuestro Señor, no te dará su favor esta vez. Lo que le ha sido arrebatado es el objeto más preciado en el castillo.

Un nudo gordo y nervioso se formó en mi garganta y la directora pudo ver el esfuerzo que me tomó tragármelo. Su mirada se afiló como un cuchillo de carnicero.

Carne y Sangre #PGP2024  #PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora