Temporada 2 - capítulo 16

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Echo de menos a Alune.

La echo tanto de menos que es como un dolor físico. Porque en el momento en que comprendí que no me quedaba más remedio que informar a Masaki de que Sett no vendría a cenar (algo para lo que esperé hasta diez minutos después de las ocho, cuando quedó claro que no aparecería), comenzaron las preguntas. Y continuaron durante el resto del fin de semana, porque mi tía no dejó de acribillarme a preguntas: «¿Qué pasa? Sé que pasa algo malo. Ojalá hablaras conmigo. ¿Ha ocurrido algo con Sett? ¿Os habéis peleado?».

Y, aunque sí que hablé con ella (durante la cena, en la cual conseguí comer lo suficiente para convencerla de que no padecía ningún desorden alimenticio) y traté de asegurarle que todo iba bien, que Sett estaba ocupado y que yo me encontraba agotado después una noche muy larga en casa de Juvia, está claro que no me creyó. O, al menos, no creyó la parte en la que le aseguré que estaba bien. Lo de que pasé la noche en casa de Juvia se lo creyó a pies juntillas.

Insistió una y otra vez en que debía de haber una explicación mejor para mis suspiros constantes y mis cambios de estado de ánimo, para pasar tan fácilmente del mal humor a la furia y luego a la depresión, y vuelta a empezar. Pero, aunque me sentía mal por mentirle, permanecí fiel a mi relato.

Temía que al volver a revivir lo sucedido, al explicar que, a pesar de que mi corazón se niega a creerlo, mi mente no puede evitar preguntarse si él me dejó tirado a propósito, eso se convirtiera en realidad.

Si Alune estuviera aquí, las cosas serían diferentes. Podría hablar con ella. Podría contarle toda la sórdida historia de principio a fin. Porque ella no solo me comprendería, también conseguiría algunas respuestas.

Estar muerta es como tener un código de acceso universal. Alune puede ir allí donde le da la gana con solo pensarlo. Ningún lugar está fuera de su alcance: el planeta al completo es un objetivo permitido. Y no me cabe ninguna duda de que ella tendría mucho más éxito que todas mis llamadas telefónicas frenéticas y mis paseos en coche.

Porque al final, toda mi incoherente, torpe e ineficiente investigación ha dado como resultado:

_____ (nada).

Sé tan poco este lunes por la mañana como el viernes por la noche. Y no importa cuántas veces llame a Yuuji o a Juvia, porque su respuesta siempre es la misma: «Nada nuevo, pero te llamaremos en cuanto sepamos algo».

Sin embargo, si Alune estuviera aquí cerraría el caso en un abrir y cerrar de ojos. Obtendría resultados rápidos y respuestas exhaustivas, así que podría decirme exactamente a qué me enfrento y cómo debo proceder.

Pero Alune no está aquí. Yo estoy solo. Y a pesar de que prometió enviarme alguna señal, segundos antes de que se marchara empecé a dudar de que lo hiciera. Y tal vez, solo tal vez, sea el momento de dejar de buscar esa señal y seguir con mi vida.

Me pongo unos vaqueros, unas chanclas, una camiseta sin mangas y otra de manga larga y justo cuando estoy a punto de cruzar la puerta para ir al instituto, me doy la vuelta y cojo el iPod, la sudadera con capucha y las gafas de sol. Prefiero prepararme para lo peor, porque no tengo ni la menor idea de lo que me voy a encontrar.

—¿Lo has encontrado?

Hago un gesto negativo con la cabeza mientras observo a Yuuji, que se mete en mi coche, deja la mochila a sus pies y me mira con compasión.

—He intentado llamarlo. —dice al tiempo que se aparta el pelo de la cara. Todavía tiene las uñas pintadas—. He tratado incluso de pasarme por su casa, pero no me dejaron cruzar la puerta de entrada a la urbanización. Y, créeme, es mejor no meterse con esa mujer. Se toma su trabajo muy, pero que muy en serio. —Se echa a reír con la esperanza de animarme un poco.

ETERNO (SettxAphelios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora