Prólogo

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El grito de Raegar cortó el silencio con la misma facilidad que posee un cuchillo de rasgar un trozo de tela: haciéndole eco a su dolor, el alarido del dragón mayor, que momentos antes había pertenecido al rey de reino del verano, padre de cuatro hijos, se elevó por las paredes de piedra del castillo, haciéndolas vibrar. La sangre de su padre cayó escaleras abajo, viscosa, oscura, expandiéndose por el suelo bajo sus pies como si tratara de hundirlo a él también. 

Jaeno observó en silencio, con la boca abierta, incapaz de moverse. Su madre gritó ordenes incomprensibles a los guardias, que comenzaron a arrastrar a su desesperado hermano fuera de la habitación. Debería de seguirlo. Debería de protegerlo, como el hermano mayor que era, especialmente ahora que no estaba su padre. Su padre. La sangre se detuvo al borde de los escalones de mármol que conducían al trono de plata, sobre el cual su padre yacía, medio colgado, con una espada atravesándole el corazón. El atacante se volvió, desarmado, y observó al resto de la familia. Una flecha le atravesó el ojo derecho antes de que pudiera dar un paso al frente e intentar un nuevo ataque. Su sangre se mezcló con la de su padre, el rey, y pronto se perdieron en un camino sin igual. Jaeno observó el águila que flameaba en el pecho del villano, y sintió que la bilis le trepaba la garganta.

—Su majestad—exclamó el coronel jefe de la guardia real, avistando el espectáculo con ojos desorbitados. El hombre que había jurado proteger yacía muerto sobre el trono, un ataque tan irreal, iluso, que se había escabullido justo frente a sus narices—, su majestad—repitió, como atontado. Junto a él, uno de los comandantes nobles de la guardia sostenía el arco en alto, con los dedos tensos, como si aún esperara que su objetivo, agonizando a los pies de los integrantes de la familia real, se pusiera de pie.

Jaeno cayó de rodillas, aún en absoluto silencio, con las mejillas secas, al mismo instante en que el coronel decía;

"—Raegar ha escapado, señora. Se soltó de nuestros brazos cuando el tumulto se acercó a la entrada. Todos preguntan, su majestad, todos quieren saber...

—Busca a mi hijo—exclamó su madre, agarrándose el rostro con desesperación—, ¡Encuéntrelo con vida!

Yo también soy tu hijo, pensó Jaeno, pero no lo dijo. No tenía derecho a decirlo, no cuando el mayor héroe que su hermano menor jamás había conocido acababa de morir frente a sus ojos. Raegar siempre había sido el más reservado de los dos, el más extraordinario, y la única persona en la que alguna vez depositó su confianza era en su padre.

Su padre. Jaeno tragó saliva.

—El dragón—murmuró, tan inaudiblemente que, durante unos instantes, el coronel dudó en haberlo oído bien—, el dragón de mi padre. Temó que hará una locura.

Vasílissa, el dragón de su padre, aún aullaba al cielo oscuro, atravesada de un dolor inimaginable. Los mitos lo habían dicho antes que cualquier otro, pues, tal y como narraban, la familia real contrajo una maldición al instante en que el primer huevo de dragón se le entregó al primer hijo de Ryu, rey ancestral de la tierra del verano, junto con los poderes del fuego: la maldición de una vida cargada de destrozos. Mientras uno más se afianzara a su dragón, más se convertían en una sola alma, dispuestos ante el mundo. La familia de Jaeno gobernaba el páramo de las estaciones, pero no por honra ni mucho menos por una decisión propia de las gentes que habitaban aquellas tierras, sino por el mero hecho de que el fuego proporcionaba poder y control, y aquel poder se había pasado de mano en mano, de rey en rey, hasta llegar a su padre. No era el único que parecía sufrir las siembras del oscuro poder de los dragones, por supuesto. Su abuelo, Jhaerys, había muerto en una revuelta durante una visita en el reino del invierno y, el padre de éste, soberbio, fue asesinado por su propio dragón. El resto de sus antepasados se había aniquilado entre sí. Hermanos contra hermanos, reyes autoproclamados y lineamiento de sangre..., el poder del fuego era una cosa trágica, casi terrorífica, y voluble, y pronto sería suyo.

Cruel invierno |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora